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Casaldáliga: “no es la vida de alguien sin pecado”, si no “de un discípulo de Cristo”

Familia

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Monseñor Pedro Casaldáliga Pla, obispo emérito de la Prelatura de San Félix de Araguaia (Mato Grosso) y misionero claretiano falleció este sábado 8 de agosto a las 9.40 hora de Brasilia, en la ciudad de Batatais, estado de São Paulo.

El anuncio del fallecimiento de un pastor que lo dio todo en defensa de los derechos de los indígenas de la Amazonía, fue dado por la Prelatura de San Félix de Araguaia (Mato Grosso, Brasil), la Congregación de los Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María (Claretianos) y la Orden de San Agustín (Agustinos).

Casaldáliga, “su vida habla sola”

La vida de Pedro Casaldáliga “no es la vida de alguien sin pecado ni errores”, es la vida “de un discípulo que dejó que el amor de Cristo y la pasión por el Reino y sus causas fueran el centro de su vida”. “Su vida habla sola”. Así se ha expresado en una carta dedicatoria el Superior Provincial de los Misioneros Claretianos de Santiago, Pedro Belderrain, CMF, tras el fallecimiento, este 8 de agosto, de Monseñor Pedro Casaldáliga Pla, Obispo Emérito de la Prelatura de San Félix de Araguaia (Mato Grosso, Brasil) y Misionero Claretiano.

En una página, el Superior Claretiano resume el sentido de la vida del difunto Obispo misionero español, defensor de los más vulnerables y marginados, cuyo “caminar de bautizado”, en tierras lejanas de su patria, ha acompañado con “sus palabras, sus poesías, su ejemplo”, desde lejos, a quienes lo conocieron.  A continuación el texto original:

¡Muchas gracias, Señor! ¡Gracias, Pedro!

La vida es una caja de sorpresas. Nos enseña sin parar. En 2020 lo ha demostrado quizá más que otras veces. Todos surcamos el mar de la vida en la misma barca. Nadie navega solo. Todos debemos mucho a los demás. Miles de cristianos no hemos tratado con Pedro o nos hemos cruzado con él algunas cartas y mensajes. Éramos muy jóvenes cuando dejó esta Europa a la que nunca regresó. Pero tenemos la sensación de haber vivido siempre con él: sus palabras, sus poesías, su ejemplo, nos acompañan desde que tenemos uso de razón (¡y ya ha pasado tiempo!). De lejos, pero muy de cerca, su caminar de bautizado ha acompañado el nuestro.

Pedro se reiría hoy con nosotros. Quizá lo haga ya desde la vida eterna. Por segunda vez en pocos años nos había tocado desmentir su defunción. El cariño hecho preocupación llevó a que estos años su muerte se anunciara varias veces. Hoy su paso a la casa del Padre es una realidad; esta parte de su caminhada ha terminado.

Quienes compartimos el espíritu de San Antonio María Claret, mujeres y varones, laicos y consagrados, tenemos mil razones para bendecir al Señor y cientos de hermanos de los que hablar con orgullo. En julio y agosto recordamos a muchos. Pedro es una de ellas. Su vida habla sola. No es la vida de alguien sin pecado ni errores (eso sólo se dio en el Jesús para el que quiso vivir); sí la de un discípulo que dejó que el amor de Cristo y la pasión por el Reino y sus causas fueran el centro de su vida.

Hace años celebramos con gozo los ochenta años de Pedro; en febrero de 2018 los noventa; en septiembre habríamos brindado a los setenta y cinco de su profesión religiosa, y lo haremos. Una vida tan larga ha dado mucho de sí; Pedro podría haber pasado a la historia (como vive en la memoria de muchos) como el formador de seminaristas, el director de la revista Iris de Paz, el animador de Cursillos, el amigo de tantos obreros y guardias civiles. Se ganó merecida y sobrada fama como poeta, cantor de María y valiente denunciador de toda clase de injusticia. Cielo y tierra nunca se separaron en él. Pocos gritaron y defendieron la dignidad de todo humano marginado o agredido como él; pocos recordaron la centralidad de la oración o la eucaristía haciéndose tan pan partido en el camino como él.

Hoy tenemos prisa. Es muy fácil quedarse con ‘algo’ de Pedro. Pero como toda gran obra (de la Gracia, de su respuesta), Pedro da mucho de sí. Lo primero, lo que él nos diría: no me miréis; mirad a Jesús. Y miradlo mucho, pero de inmediato, sin perder tiempo, mirad a los hermanos. ¡El Reino, el Reino, el Reino todo lo hace pequeño: territorios, credos, facciones!

Como María, la madre de Jesús de Nazaret, Pedro siempre señaló a Jesús.

Como a María a Pedro le sobraron todos los premios y honores.

Como para María, pobres y pequeños fueron para él los primeros.

¡Muchas gracias, Señor! ¡Muchas gracias, Pedro! Que sean nuestras vidas, no sólo nuestras palabras, las que honren tu memoria. ¡Hasta pronto!

Pedro Belderrain, CMF

Misioneros Claretianos de Santiago. Superior provincial.


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