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El camaleón desollado

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Que digan lo que quieran. Yo hace tiempo llegué a la conclusión de que el que va por el mundo haciendo machadas no es valiente, es cobarde; pues hace machadas para demostrar (demostrarse) que no es cobarde. Por eso le chiflan los llamados “deportes de riesgo”, la “aventura”… en lo humano y lo divino, él, que va arriesgando el palpitar del corazón ante todo aquel que ve por encima suyo… cuando no va con “los suyos”, que con ellos aprende de las suyas.

Precisamente por eso (porque necesita demostrarse), el alma del cobarde trata de someter, lo cual es ir contra la libertad del otro, no obstante andar a zancadas por el ancho mundo llenándose la boca de que es acérrimo defensor de la libertad “en todas sus vertientes”, como se dice ahora, hoy que nos pensamos que hemos llegado al futuro sin vivir el presente. Y como el machote deliberadamente se engaña, pronto llega a creerse el paladín del dominio y la sujeción de los sentimientos y potencias ajenos, simplemente porque libera sus instintos, lo cual le provoca el efluvio regurgitante de los sentidos, que le hacen sentir (a lo vivo) el placer ilícito de zamparse el fruto del manzano que Dios a toda mujer y todo hombre ha prohibido.

“¡Búscate la vida!”, grita a diestro y siniestro a quien, ejerciendo su sagrada lícita libertad, le lleva la contraria. Tiene el machote un espíritu tan destructivo como derrumbado: siente magnánimamente su interés por el bienestar de todo el que piensa como él, siempre que lo necesite (a ese tal) emocional o económicamente. Porque si no lo necesita (o sea, al otro cual), va a por él, especialmente si no piensa como él. Libertad sin Verdad. Como Herodes. Puro juego de intereses. Hablando en plata, “libertinaje”.

Más aún. Con todo ese bagaje de inexistente virtud, sufre el muy cobarde –y lo expresa involuntariamente a ciegas– todo el peso de la esclavitud (eso es, dependencia) de su ego: su fuero interno acaricia permanentemente su “yo, yo y nadie más que yo”. Ya se sabe. El “empoderamiento” ante todo, y donde dije “digo”, digo “Diego”. No es de extrañar que así sea, pues su evanescente identidad se tambalea sin descanso sobre una personalidad paranoico-egotista hábilmente disfrazada de prodigalidad: pasajes para uno o para dos a las playas paradisíacas de su amado Tercer Mundo (aquel que todos abandonan y él atesora en su recuerdo, siempre y cuando el recuerdo sea bueno). ¡Ah! Y patrono de aquí y de allá, ya sabemos: eso que ahora se da en llamar “responsabilidad social corporativa” (que suele tener de corporativa lo que no tiene de responsabilidad, pero que si es “social”, ya vale: ¡hoy vende!). Eso sí, adaptado a su medida, a fin de no sentir el peso de cómo se vacía su bolsillo… que pesa lo que no da (o sea, un potosí). ¡Qué te diré, toda una dorada pátina de caballerosa ecuanimidad! (pero él, siempre arriba, que se lo merece porque es quien reparte).

No hay duda. Los machotes que nos cuidan han aprendido bien de sus maestros los que les sirven de inestimable apoyo para dar el salto al renombre de la fama, y luego, si te he visto no me acuerdo. Maestros de boca, porque de ellos no han aprehendido más que aquello por lo que suspiran, pues no son capaces de seguir el camino que sus maestros les trazaron. Si no, otro gallo cantaría. Claro. No podía ser de otra manera, pues que el difamador no somete ni difama porque sí, sino precisamente porque admira: su admirado se convierte, así, en su odiado enemigo, cosa que demuestra la aquiescencia del difamador: su instinto de supervivencia. (¡Cuestión de machotes!).

La competencia, en efecto, es un instinto primario animal que caracteriza tanto a las especies inferiores como al ser humano. No obstante, éste posee un raciocinio que va a mil por hora, y si no sabe dominarlo con virtud de maestro, le hace ser especialmente desalmado, como han demostrado los totalitarismos nazi y soviético en el siglo XX, y está por llegar a demostrar el descerebrado totalitarismo light (el soft totalitarism de Rod Dreher en su libro Vivir sin mentiras).

Pero no nos engañemos ni nos dejemos engañar por fantochadas de la cultura woke (la tristemente célebre de la cancelación, que hunde sus raíces en la prepotencia que proviene de la envidia del envidioso, que, bajo el nombre de una falsa libertad que solo defiende para sí mismo, le lleva a cancelar a todo aquel que no piensa como él). Pues es cierto que, no obstante ser susceptible de caer en actitudes animales, el ser humano puede asumir una deliberada elección responsable que le caracteriza como especie y que le lleva a ir más allá del instinto y no solo orientarlo, sino incluso someterlo por actitudes altruistas (en definitiva, amor al prójimo por amor a Dios). Y si no, él mismo –como animal irracional camaleónico que muda sus pieles–, acaba siendo devorado, despellejado por sus propios fantasmas. (¡Cuestión de clases!).

Los machotes que nos cuidan han aprendido bien de sus maestros los que les sirven de inestimable apoyo para dar el salto al renombre de la fama, y luego, si te he visto no me acuerdo Clic para tuitear

 

 

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