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El elixir de la superfelicidad

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¿Podemos ser superfelices? Puede parecer una pregunta capciosa. Sin embargo, tirando de ella podemos sacarle mucho jugo a la vida. Porque tras cuestionárnoslo, de ella pueden surgir otras preguntas y hasta buenas intenciones que, con nuestra complicidad activa, nos lleven a decisiones que nos cambien la vida.

Ciertamente, se puede ser feliz. Lo que ocurre es que, agazapadas tras la cuestión, podemos descubrir dudas y falsas seguridades que nos ofuscan la respuesta que podemos darle. Tal respuesta vendrá, pues, marcada bien por un positivismo creativo, bien por la parálisis de un negativismo esclavizante.

Formulando la pócima

No es extraña la consecuencia de entablar una contienda entre negativismo y positivismo, pues la manera como nos hablamos determina en un noventa y cinco por ciento como mínimo la determinación que ponemos en nuestras obras: la suerte está echada. Sin embargo, incluso pueden derivar de ella obras sin determinación alguna, opacas, insulsas, anodinas, criminalmente insubstanciales. Eres lo que te dices.

Todos, incluso si nos llega por sorpresa, todos, enteramente todos, tendremos que lidiar más o menos con el final de la vida, aquel que llamamos, entre nosotros, “muerte”… aun si muchos pretenden esconderla, porque le tienen miedo (¿y quién no?). Pero, una vez más, una cosa es miedo paralizante por lo que parece que te pierdes, y otra, aquel que te prepara para lo que te adviene: la felicidad ganada a golpes de cincel.

¿Por qué esas decisiones de evitar el presentar un sacerdote a la persona que agoniza? Con ello, ¿de verdad queremos evitarle un mal trago, o evitárnoslo nosotros? ¿No advertimos que la muerte puede presentarse de improviso y romper nuestros planes de ir presentando con delicadeza el papel que esperamos que sea sereno, el que interpretará la persona que muere? ¿Acaso un sacerdote asusta, o más bien relaja? Depende de lo que sea para ti el sacerdote… según sea tu vida, sellada por lo que te dices.

La toma: gestos con palabras

Pensemos en el lenguaje de los gestos. Según le presentemos la muerte al agonizante, podremos orientar el diálogo que −ineludiblemente− debe entablar consigo mismo, en busca del Dios que le viene y llama. Puesto que sabemos que, según lo que nos digamos en esa lucha, será nuestra defunción: muerte o vida, final o principio; de manera que los que acompañamos un final de vida podemos favorecer uno u otro.

Ahí, en esos instantes finales más o menos largos e intensos, se pone a prueba el diálogo que nos entablamos a lo largo de nuestra existencia, mientras dura la sobremesa de la vida. Afloran ahí, a la hora del café, hasta nuestras seguridades o inseguridades: ha llegado la hora en que todas ellas se ponen a prueba, y muestran y demuestran la intensidad de nuestra vida (por parte del moribundo y por parte de sus acompañantes).

Pertrechos y conscientes

Que no te suceda como a la madre que te separa de por vida y de manera paranoica de su hija de doce años, en nombre del dios que la madre desvirtúa, pues es más bien esa opacidad con que justifica sus neuras revestidas de pretendida virtud. Todo porque −a la vista de que observas que la niña te expresa en confidencia por lo bajini las consecuencias desastrosas que puede tener para nuestro mundo el que la sociedad viva de espaldas a Dios− tú procuras estirarle de la lengua y la orientas, aunque lo hagas con ternura y procurando no desvirtuar el razonamiento que la tierna inocencia de la infanta está entablando con el mismo Espíritu. De modo que, para la terneza de la niña −que vivía una experiencia de florecimiento espiritual que podía germinar en vocación−, tras la reacción descerebrada de la madre, se convierte en muerte lo que era vida… rompiendo en la pequeña toda ansia de superación, traspuesta en un tatuaje garrafal que la marca de por vida.

Así mueren muchas relaciones sanas que podrían haber llegado a engarzar grandes sinfonías. En el caso de la niña, aquello que podría haber supuesto un fortalecimiento de su respuesta ante la vida y el mundo −mundo que ella, con el despertar propio de su edad, por primera vez, inspirada, descubre objetiva y certeramente desencaminado−, se convierte en una muerte de holocausto. ¿Por qué? Pues porque es la madre la que va desencaminada, ya que su propia reacción enferma y desproporcionada a tu movimiento, demuestra la génesis de lo que ella misma genera a continuación: muerte, engendrada por su doble vida, que a partir de entonces se hace cada día más evidente, incluso en su relación con la cría. Ella, “la diosa”, “la reina”, “la virtuosa”… ¿qué más, sino la vanidosa?

El efecto: felicidad a prueba de bomba

Ser feliz no es un estado, sino una decisión, un estilo de vida; no una reacción ñoña y fofales en negativo, sino una superación en positivo; un estilo que comunica la paz que le dabas a la niña, frente a la guerra que te declara la madre; más en general, una consecuencia de nuestro diálogo con nosotros mismos, de nuestro buen hacer, más que de nuestros triunfos. ¿Qué es triunfar sino estar a gusto y en paz con uno mismo, amando a Dios en los otros a manos llenas? ¿No has observado que, si se nota en tus andares que tu diálogo te enriquece, siempre surgen setas a tu alrededor que amenazan, con su veneno, tu despreocupación? “Se te ve tan seguro de ti mismo que molesta”, te escupe alguien, que resume de forma lapidaria la muerte que lleva dentro y que pérfido exhala a tu alrededor cuando las perversas setas afloran.

Sigue hablándote de amaneceres gozosos viviendo con tu integridad a flor de piel el amor que ofreces en justicia sin esperar amor, y así −alertando a la madre selva del peligro de las setas venenosas−, aunque no consigas lo que el mundo llama triunfo, serás un triunfador irrevocable e imbatible, y pletórico comunicarás tanta vida que hasta las malignas setas venenosas querrán crecer a tu vera: con su ponzoña te regenerarán defensas que te alimentarán el diálogo que el sol, la luna y las estrellas iluminarán con la certeza de una buena muerte… a condición de que tú no mueras tras ella: serás superfeliz, ¡vivirás para siempre!

Twitter: @jordimariada

Ser feliz no es un estado, sino una decisión, un estilo de vida; no una reacción ñoña y fofales en negativo, sino una superación en positivo; Clic para tuitear

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2 Comentarios. Dejar nuevo

  • El que clama en el desierto
    9 diciembre, 2023 07:02

    Solo añadiría que hablar solo no es sano. Esa conversación interna, si es conversación, es siempre con alguien.
    Podemos hablar con Dios, rezando en lo cotidiano, o pretender hablar con nosotros y acabar hablando con el Diablo, que es el maestro de la mentira, que pretende nuestra infelicidad y muerte en vida.
    Decirse cosas bonitas y verdaderas es, en realidad, dejar que nuestro padre Dios nos las diga en conversación con él.

    Responder
    • Jordi-Maria d'Arquer
      10 diciembre, 2023 09:46

      ¡Gracias por tu comentario i por tu tuit en Twitter, clamador!

      Una buena observación. De hecho, es lo que quiero decir con mi frase del artículo: «Amando a Dios en los otros a manos llenas».

      Si quieres profundizar, puedes mirarte mi artículo de hace unas semanas «En busca de la Verdad (XVIII)», donde digo: «Siempre hay oración; lo que sucede es que es posible que el interlocutor consciente o inconsciente de esa oración no sea Dios-Amor, sino uno mismo o incluso el Maligno». Lo enuncio parafraseando una idea que desarrollo en mi libro publicado en catalán «Les Decapíndoles de la Comunicació Disruptiva (DCD)», donde quizás te guste filosofar conmigo.

      Con todo, hay neurocientíficos y psicólogos que aconsejan ese diálogo interior, pero no remiten como tú y como yo al Dios-Amor.

      ¡Hasta pronto!

      Responder

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