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El payaso que surfeaba

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Te voy a contar la historia de un payaso. Pero no como a un infante, sino como al niño mayor que llevas dentro. Primero, déjame que te sitúe en el escenario. Para empezar, fíjate (no te engañes) en que en nuestro mundo falta transparencia, autenticidad a flor de piel, no babearla con la boca llena. Hay que ser de verdad lo que decimos que somos. Porque no todo lo que decimos lo somos, ni somos todo lo que decimos, y mucho menos lo que pretendemos. Ojo al dato, que no es lo mismo. Con la adecuada perspectiva se ve la diferencia, como quien cambia de camisa sin que se note… aunque con camisa nueva marca la diferencia.

Sin embargo, hay quien lleva la misma camisa sudada y apestosa, día tras día, tanto si va al súper como si participa en la reunión de su vida como quien sorbe café o atiende el teléfono. Por eso, al descolgar, con su camisa que parecía nueva, aquella mujer sesentera, sin ni saber quién eres y habiéndola visto tú posturear en la web de su empresa, te lanza, altiva: “¿La comunicadora? ¡Aquí, comunicadores lo somos todos!”. ¡Y se queda tan fresca! Se le ve el sudor ensobacado, goteando cual húmedo pastizal. No sorprende, porque ni la comunicadora (de tan bien que comunica) te dio su nombre, ni te lo da la que te atiende, por más que le insistas, porque se siente tan por encima de la cresta de la ola, que tú no eres para su ínfula mañanera más que un mosquito que se anega debajo de ella: seas quien seas, ella te surfea.

Sí. Eso es así. Probado con la vida y con la muerte que tantas personas vomitan en su trato diario. Pero se equivocan y resbalan, y te diré por qué: parecía que el mosquito se ahogaba, sí, pero, como lo sabe todo sobrevividor, braceando bajo la ola es justo donde sobrevives, pues ya puede ser alta la ola, que tú, allí, reteniendo la respiración y bien zambullido, te sientes seguro como en casa, o más, porque en casa te entran las ratas que van de líderes no siendo más que bicharrajos de cloaca surfeando sobre la ola con mucho aire y desparpajo, pero que acaban todos noqueados por su propia tabla cuando el final de la ola los deja tirados en la arena de su pretendida playa. Allí se ven las caras… presencialmente, como se dice ahora.

Entiéndeme, hermano, mi hermana del alma. No es la pretensión la que te da vida, sino la esencia que atesoras en tu alma. Por más que siendo telefonisto te sientas comunicadora. Porque telefonistos lo somos todos en algún momento de nuestro día, pero comunicador lo es solo quien comunica. Y tú, que vas de sobrado prepotente surfeando la ola, no eres más que un bufón histriónico que cual muñeco es movido por mano ajena… por mucha “mano” que parezca que tienes sobre la ola. Es tu infatuación. Es tu despreciable conculcación. Tu misma nada.

Esa es la historia del payaso que surfeaba. Esa es tu historia cuando la ola se te acaba. Allí, en la playa, desnudo que terminas, rendido y noqueado, se te ve la piel de lobo, mientras que quien parecía que perdía, ha resurgido poderoso de la nada. Es la justicia que la vida te conmuta según tu procesión, a cada uno con su paga: como últimos o como primeros. Tarde o temprano, el pretendido surfista acaba de bufón de la corte, con un tajo en cada mejilla, allí, tirado cual vulgar escarabajo en la orilla y con las patas hacia arriba; mientras que el pobre denigrado por charanguero ha resultado ser aquel que movía los hilos sin que nadie lo notara, más que el Dios que lo animaba. ¡Ha llegado su hora!

¡Ay, hermano, mi hermana del alma! ¡No te dejes engañar por las olas de la vida! Todas pasan, y solo quedas tú, tal como te hayas comportado, no sobre la espuma de la infatuación, sino espumado en tu esencia más pregona, a veces como salta el tapón del champán, con la presión de toda una vida acumulada. Así, de camino a las estrellas, dejarás claro quién eres tú, y caminarás seguro por la senda gloriosa, dejando atrás, en el escenario de la ya remota playa, al payaso que surfeaba. ¡Que aprenda! (…si es que puede y llega a tiempo).

Twitter: @jordimariada

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