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Elegía del alma sabia

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Canta, alma, la vida toda,
eterna llama, divina hermosura.
Canta, canta, canta, canta…
olvida al que espanta,
que por sus palabras muere.

Habla, habla cuando la mentira pretenda
la blancura de la nieve, pero
pasa velo, cubriendo
a quien malvive con sus penas;
que en la guerra injusta, en las batallas vanas,
quien habla pierde alma, salud y tiempo,
pero en la verdad de las cosas,
el tiempo, las palabras certeras desenmascaran
la maldad, la malicia, la desmesura.

Canta, alma, vida llena,
no insistas, no repitas
argumentos y desdichas, porque
al cautivo de sus propios miedos,
de sus palabras,
lo pervierten las ambiciones.
No derribes, no,
si no es por salvar la vida,
porque en la vida las batallas vanas que se multiplican
se eliminan con lecciones, con sabiduría.
Hazlo por penilla, por caridad cristiana.
No te alces, no te sulfures,
que entre rejas habrá quedado
el atizador de tempestades,
eterno pasto de las ratas, papel mojado.

Sabe bien él que yerra, que sufres penas, y
a tumbos va −errante− surfeando por las ramas,
obviando la esencia de las cosas,
usurpando buenas intenciones.
“Lo dicho, dicho queda”, dice el sabio,
que así adjudica, y entonces calla.

Caminando desasida llegarás lejos,
hermana querida, mi alma gemida.
En tu silencio elocuente, en el perfume de las flores
habrás mostrado, entonces, tu hermosura…
que surge sola, callada,
con tu Cielo, con tu Dueño;
y en el Cielo, tu alma gemela.

¡Hazte fuerte, aspira adentro!
Expulsa de tu pradera
al hombre malo que va de bueno:
vivo, lisonjero,
envidioso, embustero…
¡encantador de serpientes con veneno!
¿Qué más da que te zarandee,
si no tiene razón, si siempre pierde,
pues con tu palabra, de buenas a primeras,
brillando, refulgiendo,
pones siempre el punto en punto
cuando el insulto llega?
Fuera queda la muerte, quedan fuera
los hombres de mala fe, pero
donde parece que tú mueres, tu palabra queda.

No te metas, alma en pena,
en berenjenales, en pantanosos humedales,
donde el fango putrefacto consume intenciones
con el demonio que divide, el dedo que señala
sus guerrillas personales, sus contradicciones interiores,
evidentes en sus mentiras.
No vivas una vida de trifulcas
envuelta en trapicheos infructuosos, consumidos
por delirios de grandeza.

¡Ah, mente sabia! ¡Ah almita eterna!
Vuela alto, mira lejos, adonde llega
tu grandeza.
Camina, corre, vuela,
deja atrás el lastre de quien ha perdido el camino,
olvida honores, deja huella.
Y canta fuerte, canta fuerte,
que cantando alabas la Belleza, el Bien, el Cielo,
adonde van las almas fuertes que han vencido.
Entonces, iluminarás como el sol,
brillarás como la luna llena en la noche oscura,
elegida entre las mejores…
y ganando habrás vivido
sin haber pervertido tu alma.
Ahí está tu meta, ¡no la pierdas, no te entrometas!
Ahí tienes tu aposento, ¡para él vives,
para él mueres disipando la tiniebla!
¡Grita! ¡Vive! Con tu silencio habrás cumplido
tu promesa.

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