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Iglesia: repliegue o nuevo impulso

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Es obvio que el escándalo de la pederastia practicada por algunos miembros de la Iglesia hace un gran daño, primero a las víctimas, y luego a toda ella. I da pie a acentuar los ataques en su contra, como lo testifica la campaña que inició El País, y que tiene su corolario en la intervención del gobierno instando a la actuación de la fiscalía, en lo que puede ser el inicio de una causa general.

Esta nueva oleada se añade a una actitud entristecida de los católicos españoles, a juzgar por los datos sociológicos. Según el último estudio publicado por Pew Research Institute,  España no solo es uno de los países en el que las personas son menos felices, sino que es casi el único donde los no creyentes son más felices que los religiosos practicantes, que en nuestro caso, son básicamente católicos. Se puede dudar de la encuesta, claro, pero es más racional preguntarse si tal dato tiene visos de realidad en nuestro entorno, porque no se trata de un debate académico, sino de si nuestras comunidades son lugares de vida, acogida, celebración y fiesta,  o rutinas semanales de 45 minutos.

Está de moda tratar sobre la llamada opción benedictina, que en términos del autor del libro con aquel título, Rod Dreher, consiste en «crear comunidades radicalmente contraculturales en la fe». En realidad, la concepción tuvo ya un tratamiento más amplio en el libro Tras La Virtud  en 1984, una de las obras fundamentales de Alasdair MacIntyre que terminaba así:

Siempre es peligroso hacer paralelismos históricos demasiado estrechos entre un período y otro; entre los más engañosos de tales paralelismos están los que se han hecho entre nuestra propia época en Europa y Norteamérica y el Imperio romano en decadencia hacia la Edad Oscura. No obstante, hay ciertos paralelos. Se dio un giro crucial en la antigüedad cuando hombres y mujeres de buena voluntad abandonaron la tarea de defender el imperium y dejaron de identificar la continuidad de la comunidad civil y moral con el mantenimiento de ese imperium. En su lugar se pusieron a buscar, a menudo sin darse cuenta completamente de lo que estaban haciendo, la construcción de nuevas formas de comunidad dentro de las cuales pudiera continuar la vida moral de tal modo que moralidad y civilidad sobrevivieran a las épocas de barbarie y oscuridad que se avecinaban. Si mi visión del estado actual de la moral es correcta, debemos concluir también que hemos alcanzado ese punto crítico. Lo que importa ahora es la construcción de formas locales de comunidad, dentro de las cuales la civilidad, la vida moral y la vida intelectual puedan sostenerse a través de las nuevas edades oscuras que caen ya sobre nosotros. Y si la tradición de las virtudes fue capaz de sobrevivir a los horrores de las edades oscuras pasadas, no estamos enteramente faltos de esperanza. Sin embargo, en nuestra época los bárbaros no esperan al otro lado de las fronteras, sino que llevan gobernándonos hace algún tiempo. Y nuestra falta de conciencia de ello constituye parte de nuestra difícil situación. No estamos esperando a Godot, sino a otro, sin duda muy diferente, a San Benito.”

La cita es larga pero necesaria. Uno y otro texto apuntan a una necesidad: reconstruir nuestras comunidades de Pueblo de Dios.

Pero esta necesidad evidente tiene el riesgo, de hecho, ya se hace así, de confundirlo con un repliegue, un encerrarnos en nosotros mismos, cuando en realidad las nuevas comunidades deben ser el fundamento del nuevo impulso cristiano.

La formación y fortalecimiento de la comunidad debe seguir el mandato de Jesucristo “Por tanto, id, y enseñad a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” (Mateo 28,19).   Y Él nos dice “No tengas miedo. De ahora en adelante será pescador de hombres”.  Comunidades de cultura cristiana y nuevo impulso. De eso se trata.

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