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La inquietud de muchos católicos de a pie. No falla la Iglesia, sino las instituciones eclesiales, que no es lo mismo

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No creemos que, después de más de 20 años de existencia, pueda haber dudas sobre la centralidad en la fe y el sentido de pertenencia a la Iglesia de ForumLibertas. Es precisamente por estas características, basadas en nuestra fidelidad, que pensamos que resulta un servicio obligado al pueblo de Dios formular algunas reflexiones, en relación a una inquietud notoria y manifiesta de muchos católicos de a pie, ante la forma de proceder de la institución eclesial en el actual contexto político.

Nuestra referencia a la institución eclesial y no a la Iglesia es deliberada y tiene la intención explícita de señalar una diferencia fundamental.

Referirnos a la Iglesia, cuerpo místico de Cristo, que participa en la Comunión de los Santos, que es una,  santa y apostólica, y está habitada por pecadores, significa adoptar un enfoque teológico. Estamos muy lejos de tal pretensión. Nuestra reflexión es mucho más modesta, más limitada y terrenal, y por eso nos referimos a las instituciones para señalar el aspecto organizativo y más secular del ámbito eclesial, de la dirección y de las tareas prácticas que se desempeñan, de la la capacidad, eficiencia y eficacia de las personas religiosas y laicas, que las llevan a cabo. Institución, en definitiva, en el sentido en que la Nueva Economía Institucional (NEI) define este ámbito de las organizaciones, por ello no está de más mirar este enlace para apreciar mejor la perspectiva conceptual desde la que escribimos.

Explicitada la cuestión ya no hay pie para malentendidos.

España vive una oleada doble. Por una parte, la de las leyes que específicamente chocan frontalmente con la concepción católica en términos antropológicos, culturales y de fe, y también, por el hecho,  que ahora no desarrollaremos, pero que hemos apuntado en el pasado en diversas ocasiones, de una creciente transformación del Estado de derecho español contenido en la Constitución, en una especie de Estado de leyes, en el que los derechos se aplican de manera desigual en función de las ideas que procesen los sujetos que los realizan en un momento dado.

La ley  Celaá sobre la enseñanza abrió un capítulo pésimo, con efectos terribles a medio y  largo plazo, que dañan, por una parte, a la clase de cultura religiosa confesional, dado que la  nueva ley omite los compromisos establecidos en los pactos entre el Estado español y la Santa Sede. También por los recortes que implica en el derecho de los padres a la educación moral y religiosa de sus hijos, y las restricciones que impone a la enseñanza concertada. Que, a pesar de todo esto, la autora de esta ley se convierta ahora en embajadora en La Santa Sede, que haya obtenido el plácet de la misma, a pesar de sus  contenidos, y que encima se trate de alguien totalmente alejada de la profesión diplomática, y, por tanto, un cargo estrictamente político, de partido, ideológico, no puede dejar de preocupar a muchos católicos de a pie, que no entienden el plácet que más parece  un trágala a la Iglesia y una recompensa a quien levantó la ley contra principios católicos irrenunciables. Es también, o así puede ser juzgado, una desautorización institucional a quienes se oponen a la ley.

¿Cómo puede ser interlocutora del estado con la Santa Sede, la persona que creó esta ley? Hay un déficit de explicación e información de la institución eclesial hacia sus fieles, lo cual es una característica que lamentablemente se viene repitiendo una y otra vez, y que deja siempre a la gente que siente y vive la Iglesia, sin que su salario dependa de ella, es decir la inmensa mayoría, a los pies de los caballos.

Se ha legislado la ley de la eutanasia por una vía exprés sin participación, sin escuchar ninguna instancia exterior, al aire de los propios gobernantes, y además rechazando reiteradamente el asumir mejoras en los cuidados paliativos. La institución eclesial ha respondido a esta cuestión, si bien lo ha hecho en términos de mínimos, de aquello que sirve sobre todo para razonar que se ha hecho algo, pero no en el sentido de que existiera una ambición transformadora de esta cruel realidad.

La Iglesia se ha visto sometida desde hace unos años a una presión continuada del periódico El País en dos ejes de ataque: el de las denuncias por presuntos abusos sexuales a menores y las inmatriculaciones.

Lo que ha hecho este periódico es insólito. Por ejemplo, establecer un teléfono fijo para formular denuncias anónimas contra sacerdotes. El País ha actuado como mamporrero del Gobierno, aplanando el camino. A lo largo de este proceso no hemos sabido ver que la institución eclesial diera una respuesta adecuada, que combatiera la idea clarísima de presentarla como un nido de abusadores y de gente que se apropia de lo que no es suyo. La actitud sistemática de la institución eclesial, de adoptar siempre como única respuesta un perfil bajo, es un error, porque en diversas ocasiones esta puede ser la mejor actitud, pero en otras lo único que se consigue es un retroceso permanente hasta que uno se encuentra entre la espada y la pared. Es lo que ha sucedido con el listado de presuntos abusos, que de manera incomprensible parece haber encontrado una cierta acogida en la Santa Sede, cuya compresión del estado de opinión y desconcierto de los fieles no parece nada clara. Solo hace falta ver cuánto se ha tardado en reaccionar ante los ataques a Benedicto XVI.

Solo faltaba la encerrona de la visita de Sánchez a la sede de la CEE

La presión del gobierno Sánchez sobre la Iglesia es evidente; fiscalidad, inmatriculaciones, nuevas leyes de conflicto. Solo faltaba la encerrona de la visita de Sánchez a la sede de la CEE y el comunicado final conjunto sobre inmatriculaciones, que ya tenía preparada la continuidad interpretativa del gobierno en los grandes medios de comunicación, que otorgaban a la Iglesia un papel que no reflejaba la realidad. Si la institución eclesial cree, como algunos comentaristas han apuntado, que ha salvado los muebles de la opinión pública, vive en el error de quien no sigue ni los medios ni las redes.

Por la suma de agresiones y respuestas desacertadas, aquí y en la Santa Sede, la opinión pública sobre la Iglesia y entre los propios católicos atraviesa uno de sus peores momentos, lo que todavía resulta peor si se relaciona con la multitud de servicios concretos que presta a toda la sociedad. Mirando hacia atrás es difícil encontrar una situación más crítica. Siendo así, algo han de hacer las instituciones eclesiales, dejando de utilizar el «piñón fijo». Quizás sirva el recordar que la desafección silenciosa a la actividad institucional, que no a la pertenencia a la Iglesia, se cobra luego en una disminución de las aportaciones económicas, que es el único camino que le queda a la gente católica para mostrar su disconformidad.

La Institución eclesial posee una organización diocesana, servicio de prensa y comunicación, servicios de pastoral, medios de comunicación propios. Dispone además de organizaciones adicionales en conferencias episcopales territoriales, y especialmente  en la CEE. Hay muchas personas y medios dedicados a la comunicación y a la pastoral. ¿Tan difícil resulta que de manera regular toda esta institucionalización sirva para que todos los sacerdotes dispongan de textos que puedan hacer suyos y utilizar los domingos para exponer informaciones, opiniones del punto de vista de la Iglesia, sobre las leyes que se aprueban, sobre sucesos difíciles, como los apuntados, sobre inmatriculaciones y abusos, y sobre tantas otras cuestiones que están en la opinión? ¿Tan difícil es unir pastoral y comunicación, y tratar a los fieles como adultos y aprovechar la asamblea dominical? Todo esto aportaría además vida, encarnación,

¿Por qué callan tanto las instituciones? ¿Por qué no nos facilitan sus razones?

Una Iglesia a remolque de las instituciones que no hablan con voz fuerte y clara, con afán de llegar a todos y lejos, es un callejón sin salida. Todo esto ha de cambiar de raíz si se quiere que la evangelización, la Iglesia en salida, la sinodalidad y muchos más conceptos acuñados en estos últimos tiempos sean algo más que palabras vacías, “mágicas”, en el peor sentido del término.

Pedimos un mayor diálogo con la opinión católica, la inmensa mayoría, y que no quede como una escucha autoreferenciada. Es una contradicción insostenible que, estando en pleno camino sinodal, se dé tal falta de información a los fieles y tan poca escucha de su estado de opinión. Si la sinodalidad es un «rito» para llegar a conclusiones ya establecidas, su resultado será contraproducente. Pedimos una revisión de cómo se ha llegado a la situación actual, que debe ser guiada por el sentido de pertenencia y el amor a la Iglesia. Porque de continuar así , y a excepción de una intervención providencial del Espíritu Santo de Dios, su declive institucional y caída, y su conversión en un sujeto sumergido en la secularidad y el poder del estado, será imparable.

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1 Comentario. Dejar nuevo

  • Chimo de Patraix
    4 febrero, 2022 14:54

    Tampoco es cierto que lo que falle sean las «instituciones eclesiásticas»; lo que falla es la iglesia bergogliana; ese movimiento que usurpó la Cátedra de Pedro a S.S.Benedicto XVI en 2013, para colocar en su lugar a un seguidor de las directrices del NOM, como es el sr. Bergoglio, con el propósito de intentar demoler la Santa Iglesia Católica desde dentro.

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