¿A qué juega China? Desde Hong Kong hasta la India, pero también en Australia y las cancillerías europeas, el gobierno de Xi Jinping actúa cada vez de forma más agresiva. Una tendencia que el coronavirus ha aumentado a escala mundial.
Con los países occidentales todavía centrados en la pandemia de la Covid-19 y desde hace un par de semanas sacudidos por protestas, China piensa sin lugar a duda que es el mejor momento para seguir avanzando posiciones.
Pero Occidente no puede permitirse mirar hacia otro lado, porque cada vez está más claro que con China hay demasiado en juego, no sólo en términos económicos sino políticos e incluso militares.
La epidemia de la Covid-19, al fin y al cabo, podría no ser el evento más importante de 2020 a nivel mundial, sino un factor agravante que se suma a todos los que están acelerando de forma dramática la separación entre China y las democracias occidentales.
El auge económico y político de China ha dado a sus dirigentes actuales un sentimiento de poder inmenso, acompañado de orgullo y paranoia. La epidemia de la Covid-19, en vez de dar una lección de humildad al gobierno de Xi Jinping, ha exacerbado estas emociones.
Varios embajadores chinos en Europa han llevado a cabo, durante la pandemia, campañas inauditas de amenazas e insultos contra los países donde residen, que Le Figaro ha desvelado en un inquietante artículo. Son los llamados «lobos solitarios» de la diplomacia china, que responden a instrucciones precisas de Pekín de no dar ni un paso atrás en la defensa del modelo chino.
Esta nueva China abiertamente agresiva contrasta con, o mejor dicho completa, la máxima de Deng Xiaoping de mantener la discreción y un perfil bajo mientras el país acumulaba poder. Parece que Xi Jinping considera que el momento de demostrar abiertamente este poder ha llegado.
El problema para China es que, voluntaria o involuntariamente, finalmente ha puesto en guardia a todo Occidente, incluso los países europeos perdidos en una eterna luna de miel comercial con Pekín. En este punto hay que añadir que la insistencia del presidente estadounidense Donald Trump ha sido crucial para dejar en evidencia la cara más oscura de China.
Mucho antes de que Trump la declarara oficialmente, China ya nos planteaba una guerra comercial sucia con robos de patentes, engaños, obligaciones onerosas para hacer negocios y apoyo indiscriminado a sus empresas.
Que después de la elección de Trump un medio tan respetado como el Financial Times, o una persona con tanta responsabilidad como la entonces presidenta del FMI Christine Lagarde, presentaran Pekín como un nuevo líder del libre comercio, demuestra hasta qué punto Occidente ha estado ciego.
La escalada comercial con los Estados Unidos y la epidemia parecen haber desestabilizado los planes de China y acelerado su mutación hacia una potencia abiertamente agresiva y represiva. Tanto para con sus ciudadanos, cada vez más estrechamente controlados, como hacia sus vecinos y socios externos, que tampoco tienen derecho a criticar.
En Hong Kong, Pekín ha decidido imponer la polémica ley de seguridad nacional que hará de la ciudad un lugar sin verdaderas libertades. Los ejercicios militares y la retórica beligerante contra Taiwán se han incrementado, al igual que las maniobras en el Mar de China Meridional. Pekín también ha «castigado» a Australia con sanciones por haber pedido una investigación internacional sobre los orígenes de la Covid-19.
Desgraciadamente, China se ha acostumbrado a que sus amenazas y represalias den resultados. Y Occidente tiene buena parte de la culpa. Se han establecido precedentes peligrosos que ahora influyen decisivamente en la estrategia y las maniobras tácticas de Pekín. Es imperativo que Occidente recupere el tiempo perdido, haga frente e imponga límites claros a China. Si es necesario, con sanciones incluidas para evitar una nueva crisis mundial no sólo económica, sino geopolítica y quizás incluso militar.
La escalada comercial con los Estados Unidos y la epidemia parecen haber desestabilizado los planes de China y acelerado su mutación hacia una potencia abiertamente agresiva y represiva. Share on X
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China necesita de Occidente más que Occidente de China. 29 pudo vivir Occidente sin China y en prosperidad creciente (1950 a 1979). Un socio de negocios que no negocia, sino impone, no es un socio, sino un jefe. Pero si Occidente sigue arrodillándose al jefe chino, lo que tendrá pronto será un opresor.