El ateísmo no es uno solo.
¿Por qué algunos ateos parecen movidos por el resentimiento? ¿Es posible que la negación de Dios no siempre nazca de la razón, sino del rechazo? ¿Qué diferencia a un ateo noble de uno innoble?
La fe católica parece que es cada vez más una anécdota cultural y no una certeza espiritual, el ateísmo ha crecido, pero lo ha hecho con dos rostros muy distintos.
Uno es noble y casi heroico en su fallida búsqueda de la Verdad; el otro, innoble y mezquino, dominado más por la emoción que por la razón.
Ambos conviven entre nosotros, pero mientras el primero enriquece el debate intelectual, el segundo lo empobrece y lo contamina con dogmatismo y resentimiento.
El ateísmo noble es aquel que, con auténtica humildad intelectual, se enfrenta a la posibilidad de que Dios no exista sin que ello implique un regodeo en su propia incredulidad.
Su preocupación no es destruir la fe de otros, sino entender el mundo de la manera que cree más sincera y fundamentada posible.
Este es el ateo que encontramos en «The Ball and the Cross» de Chesterton: Turnbull, el ateo convencido, pero honesto, cuya integridad es tan fuerte como la del católico MacIan, con quien está dispuesto a batirse en duelo por la verdad.
Esta nobleza se encuentra también en los grandes pensadores escépticos de la historia, aquellos que han forzado a la fe a justificar su propia existencia, obligándola a renunciar a su peor enemigo: el fideísmo.
El fideísmo, esa idea errónea de que la fe y la razón son antagonistas, es la raíz de los fanatismos más absurdos.
El Islam, con su rechazo al uso libre de la razón en cuestiones religiosas, y ciertos sectores del protestantismo fundamentalista, que consideran la racionalidad una amenaza a su literalismo bíblico, son ejemplos de ello. En este sentido, el ateísmo noble, al insistir en la necesidad de la razón, se convierte en un aliado incómodo pero valioso del cristianismo ortodoxo.
Ateísmo innoble: el resentimiento
Ahora bien, este ateísmo noble es minoritario. En la realidad cotidiana, el ateísmo que predomina es el innoble, el rencoroso, el que no busca la Verdad sino la destrucción del cristianismo.
Su principal motivación no es el deseo de saber, sino el odio disfrazado de racionalidad.
No es raro que esta actitud provenga de experiencias personales amargas.
Es más fácil rechazar a Dios que aceptar que uno podría estar viviendo en oposición a Él.
Aquí el problema es evidente: el ateísmo innoble no razona, reacciona.
No quiere debatir, quiere aniquilar. No busca la verdad, busca reafirmar su prejuicio.
Y en este sentido, se parece más a un fundamentalismo religioso que al escepticismo ilustrado que pretende encarnar. De ahí que sus argumentos sean frágiles y fácilmente desmontables.
La razón como puente entre fe y ateísmo
Por el contrario, el ateísmo noble no teme enfrentarse a argumentos sólidos. La obra de Francisco José Contreras, «El ateísmo contemporáneo y sus mitos», es un ejemplo de cómo el diálogo entre creyentes y escépticos puede elevar el debate sin caer en la caricatura.
Del mismo modo, Rafael Gambra, en «La primera prueba de la existencia de Dios», trata las objeciones ateas con respeto, pero también con la contundencia de quien sabe que la razón está de su lado.
Y es que la verdadera razón nunca será enemiga de la fe, sino su mejor aliada.
Como decía C.S. Lewis, «los ateos inteligentes deben tener mucho cuidado con lo que leen». No porque vayan a ser adoctrinados, sino porque podrían descubrir que su incredulidad es menos racional de lo que creen.
El ateísmo noble, a diferencia de su contraparte, no tiene miedo de leer, pensar y cambiar de opinión. Sabe que la búsqueda de la Verdad es un riesgo, pero también una aventura. Es, en cierto modo, un aliado natural de quienes creen, aunque no lo sepan.
Porque lo que buscan con tanto ahínco no es otra cosa que la verdad, y la verdad, siempre termina llevándonos al mismo lugar. A Dios.
Porque lo que buscan con tanto ahínco no es otra cosa que la verdad, y la verdad, siempre termina llevándonos al mismo lugar. A Dios. Share on X
1 Comentario. Dejar nuevo
Un caso muy frecuente de ateos innobles es el de los que preguntan:
Si existe Dios, ¿por qué permite que haya tanto mal en el mundo?
Esta pregunta por sí misma no niega la existencia de Dios. Niega en principio que Dios sea bueno, o que Dios esté pendiente de sus creaturas. (Este último es el dios en el que creía Einstein.)
Otro caso, un poquito menos frecuente, de ateos innobles es el de aquellos «científicos» que , con tal de negar a Dios, postulan que el universo es un complejo juego de simulación, en el que no hay leyes, nada es predecible, todo es caos e incertidumbre.
Lo que equivale a negar que el universo fue hecho por una Mente Superior.
Niegan que la materia, el espacio y el tiempo tuvieron principio.
Recurren para ello a hablar de lo inexplicable que es la física cuántica y la teoría del caos.
¡Por favor! La física cuántica tiene leyes.
La teoría del caos no es una teoría de desorden; es de calcular qué hechos pueden derivarse de cada cambio que pueda experimentar un sistema dinámico. ¡Claro que el caos obedece a ciertos patrones! Tanto es así que tienen nombre: atractores y fractales.
Dios, le pese a quien le pese, está en todo y está pendiente.
Ningún creyente pide a un no creyente la demostración de que Dios NO existe, pero sí la demostración de cómo existe lo que existe.