El otro día le decía: “El tiempo se nos echa encima que es un primor, y tú te gozas dejándolo pasar a destajo”. Él me contestó: “No puedo dejar de fumar porque a mi alrededor todos fuman, y eso no ayuda, sobre todo porque no tengo nada que hacer”. ¡Ay, hermano, mi hermana del alma, si eres tú mismo quien supedita tus antojos a la voluntad de los otros, y no a la tuya! No tires la bola fuera del campo, y apechuga. ¿No te das cuenta de que fumar o no fumar es decisión tuya? Ya sé que no es fácil, pero es posible, han podido muchos y pude yo con mi poca fuerza de voluntad adolescente.
Lo mismo te ocurre con tus ligues. Ahora me tiro a esta, luego a la otra… hasta que vienen los hijos no deseados, y abortas “porque no tienes dinero para mantenerlos” (¡sic!). ¿Y sí que lo tienes para pagarte la droga? ¡Si ya no se puede hablar contigo! Que si “este es hijo de la anterior de mi ex”, “ella es su madre, la del amigo de la prima que se me murió”, “este niño es hijo de mi ex con el hermano de la amiga anterior de la hermana de mi primo, que vive con la pareja de ya no sé quién”… ¡Encima de tus frecuentes deslices, esperas que me aprenda de memoria todo tu historial de conteo arbitrario de parentesco con el que ya ni tú te crees que vives tranquilo!
La felicidad del infeliz
¿No ves que no eres feliz? ¿No te das cuenta de que estás perdiendo la vida jugando a la ruleta rusa como quien marea la perdiz? Después te quejas a lo infantil de que el vecino (que soy yo) es impertinente porque no aguanta tus gritos, tus fritos y tus porros, que entran por la ventana y atraviesan la pared, pasándote día y noche adormeciendo con ellos tu conciencia sin hacer nada entre la terraza y el sofá, compartiendo a todas horas con tus colegas como si tu pisito fuera un bar musical y tragando las fatigas que tú mismo te impones sobre el cogote. ¿No ves que no hay vecino que te aguante? Macheando ahí cachondeo tras tus pechugonas, alternas con una desdeñosa inoperancia que se te cuela por las cloacas de una existencia que dejará de existir en el mundo sin ninguna obra buena que ofrecer al justo Juez que entonces, al otro lado del velo, te pedirá cuentas de tus obras infructuosas, eso es, ¡ni obras ni nada! ¡Lascivia! ¡Pérdida de tiempo!
Delante tendrás toda tu vida, muerta de cabo a rabo, como quien ve una película en un santiamén, antes de poder abrir los ojos que se te habrán cerrado con el peso de tu arrastrarte con indolencia pringosa y maloliente por el fango. De nada servirá que le respondas al Juez que nadie te avisó, porque tú mismo cerrabas ojos y oídos a la Verdad que tus compañeros de viaje (como tu vecino aquí presente) te restregaban por tus morros babeantes de esa lujuria que te funde el intelecto, y cuando la propia vida se te plantaba delante terca y clara entre tus recuentos envueltos en papel de fumar. Tosiendo gargajos pasas el día mientras maltragas tus bocanadas de alquitrán, y el peso de tu asfalto me llega ya a las entrañas. Actúas como un orgulloso infante con piel de viejo que cuando le percatas de su error prosigue voluntaria y tercamente reiterándolo para hacerte remorder la lengua. Como aquel al que corriges un desliz y te lo repite ex profeso y pretencioso en tu propia cara. ¡Qué orgullo, Marino!
“¡Se acabó la cuenta atrás! ¿Quién da más?”, te sorprenderán en la otra vida (que es la misma tras el velo) tus hijos malcriados entre las lágrimas de su advertencia, tan patentes entre otras cosas a tu raciocinio, que muriendo te habrá matado para siempre. Para siempre, ¿me oyes? Bien que lo sabrás, no hace falta que te me “enrolle” más, como me repites cuando te hago pensar y no encuentras salida a tu media verdad.
Agárrate fuerte y estate atento, que a punto está el rollo de desplegársete… y con tu final desenrollado empezará tu vida de verdad: “¿Muslo o pechuga?”, te dirá el Juez. ¡No te arriesgues a no poder ya elegir, aún estás a tiempo! Solo te falta humildad. Va, lo dejo ya, que si no, porque te atiendo aún te piensas que tienes razón. Ahora es tu momento, o lo tomas o lo dejas. El tiempo pasa, y más pronto que tarde te dirá: “¡Adióoos!”. −Y tragarás, aunque no quieras… muslo o pechuga.
Twitter: @jordimariada
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