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No somos liberales, ni exactamente conservadores, ni revolucionarios. Somos cristianos

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Somos la Buena Nueva para unas sociedades en crisis y un mundo enfrentado. Somos seguidores de Jesucristo y, por tanto, difícilmente podemos seguir la ontología liberal. Pero, tampoco, hoy en día, el conservadurismo nos aporta una respuesta, y a pesar de que vamos a transformar el mundo, una y otra vez, tantas veces como sea necesario, el intento, que es siempre y hasta la realización del Reino, tampoco somos revolucionarios al uso, porque no creemos que cuanto peor, mejor y sabemos que las revoluciones políticas dañan.

MacIntyre ya advirtió en Tras la Virtud  y en fecha temprana, 1984, «La hipótesis que quiero adelantar es que, en el mundo actual que habitamos, el lenguaje de la moral está en el mismo grave estado de desorden …. Lo que poseemos, si este parecer es verdadero, son fragmentos de un esquema conceptual, partes a las que ahora faltan los contextos de los que derivaba su significado. Poseemos, en efecto, simulacros de moral, continuamos usando muchas de las expresiones clave. Pero hemos perdido —en gran parte, si no enteramente— nuestra comprensión, tanto teórica como práctica, de la moral.” (2004;18),

Y, aun antes, en 1948, T. S. Eliot pudo decir que Occidente todavía era cristiano, sobre la base de que «una sociedad no ha dejado de ser cristiana hasta que se ha convertido positivamente en otra cosa».

Pues bien, hoy ya es esa «otra cosa». Es la Sociedad Desvinculada, la que surge de las grandes rupturas con Dios, con la antropología y moral surgida de la ley natural, con las fuentes y tradiciones de nuestra cultura, que convierte la realización del deseo en el hiperbién de la sociedad al que todo debe plegarse y, por tanto, abre por primera vez en la historia una sociedad, la Occidental, regida solo por marcos de razón subjetiva. Un extraño experimento, calificado de progreso.

Es la desvinculación política de la mano de los hiperliderazgos y la partitocracia, la ruptura de la solidaridad generacional, con el sacrificio de una juventud a la que el mainstream cultural y el poder político y mediático empujan continuamente a la alienación.

Es también el imperio de la injusticia social manifiesta, fuera de foco porque la alianza entre el progresismo de género y el liberalismo cosmopolita de la globalización han conseguido que las gentes sólo presten atención al modo de vida y no al modo de producción. Es la desvinculación política de la mano de los hiperliderazgos y la partitocracia, la ruptura de la solidaridad generacional, con el sacrificio de una juventud a la que el mainstream cultural y el poder político y mediático empujan continuamente a la alienación.

Como se pregunta Paul Kingsnorth en UnHerd, en un mundo así ¿qué hay que conservar?  No daré una respuesta tan rotunda como la suya porque vivo en Europa y queda mucho que conservar y recuperar, pero obviamente no tendremos en el conservadurismo la respuesta plena. Y solo hace falta leer a un conservador de moda, Roger Scruton en Conservadurismo, para constatar  que cuando afirma que el “conservadurismo moderno, por lo tanto, –y su esfuerzo intelectual es colocarlo en este marco– nació en Inglaterra, también en Francia, como una especificidad del liberalismo individualista” (2021; 29) esta situando una ontología que esta incursa en la crítica de MacIntyre,y fuera de la concepción, al menos en sus raíces, aristotélico-tomista.

Además, ¿cómo puede guiarnos el conservadurismo cuando no queda casi nada que conservar? En todo caso es mas importante rescatar la tradición porque en ella sí que se encuentran las fuentes de un nuevo renacimiento europeo. En ella, que asume con plenitud la herencia cristiana de Europa, que desde el punto de vista de lo público actualiza la doctrina social cristiana, es de dónde partir para que nuestra disidencia  se convierta en alternativa, lo que queda muy lejos de contribuir a apalancar al Imperium y asumir sus extrañas doctrinas, aunque nos las presenten machaconamente como verdades de fe que no pueden cuestionarse, decretando la cancelación y la muerte civil de quien lo hace. Ni adoramos a los diosecillos y al emperador al inicio, ni vamos a hacerlo ahora con sus equivalentes, que literalmente se caen a trozos y son expulsados de la mayor parte del mundo.

Nuestra labor como cristianos a partir de la doctrina social de la Iglesia es hoy disidente y como proyecto radicalmente alternativo.

La aplicación del bien común en su desarrollo pleno, de la subsidiariedad, del destino universal de los bienes, de la prioridad por los pobres, de la participación la verdad y la justicia como fundamentos de la vida colectiva, en unos términos que tan preclaramente establece Veritatis Splendor, significa una revolución, cierto, pero nuestro método no es tal, sino que es la combinación necesaria de dos componentes, la transformación de cada persona y las reformas articuladas en un sentido estratégico de cambio progresivo y total.

Pero todo ello desde el convencimiento que el mainstream  político y cultural, la Sociedad Desvinculada, Europa y por descontado España están en crisis no de catarsis sino de caída, porque este mundo  “ost-humano, post-natural, post-verdad, post-cristiano ha sucumbido a la tentación de la serpiente”

¿Un diagnóstico extremo? ¿Demagógico? No, lo extremo es la realidad, la demagogia surge de los hechos

Occidente es hoy un «mundo inestable», donde «la noción de que Occidente está declinando, colapsando, muriendo o incluso suicidándose está llegando a un crescendo». Muchos proponen apuntalar las cosas, pero Kingsnorth considera estos esfuerzos como superficiales. «Los pollos de la modernidad, que Occidente creó y exportó, han vuelto a casa para descansar, y todos estamos cada vez más cubiertos de su guano». Nuestro mundo.

Es difícil identificar un solo sector de la sociedad occidental donde sobrevivan las convicciones e instintos cristianos que Kingsnorth identifica correctamente como el núcleo de Occidente. Incluso gran parte de la iglesia se ha adaptado a las corrientes culturales. Sin embargo, tampoco estamos flotando en un espacio liminal ambiguo. Nuestras instituciones y normas culturales están moldeadas por una visión deliberadamente no cristiana, a menudo anticristiana, de la realidad. En 1948, T. S. Eliot tenía razones sólidas para decir que Occidente todavía era cristiano, sobre la base de que «una sociedad no ha dejado de ser cristiana hasta que se ha convertido positivamente en otra cosa». Hace tiempo que pasamos ese punto. Nos hemos convertido en otra cosa, algo monstruoso.

Nuestro momento histórico expone los límites del conservadurismo. ¿Cómo puede guiarnos el conservadurismo cuando no queda nada que conservar? El nuestro no es el primer momento así.

La historia occidental está llena de revoluciones, épocas en que los regímenes antiguos fueron demolidos, cuando las creencias establecidas se pusieron patas arriba, cuando las cosas se desmoronaron y todo lo que era sólido se derritió en el aire. El imperio romano rodeó el Mediterráneo, pero se ha ido. La cristiandad occidental fue un logro milagroso, pero murió. Bizancio era todo esplendor dorado, pero ahora yace en una tumba dorada. La Europa protestante dio paso a la Ilustración. Cada vez el mundo continua de manera diferente.

Esta es la razón por la que Kingsnorth tiene razón al señalarnos más allá del conservadurismo a las Escrituras. La fe bíblica puede enfrentar la disolución cultural de una manera que ninguna agenda meramente conservadora puede.

Israel sobrevivió a la esclavitud egipcia, al caos de los jueces, al fin de la monarquía davídica, al exilio babilónico y a la Epifanía de Antíoco. La iglesia prosperó durante el colapso de Roma, convirtiendo a los bárbaros invasores y preservando los fragmentos de antigüedad que pudo recoger de los escombros. Europa permaneció cristiana después de su ruptura de la Reforma y el movimiento misionero moderno despegó durante el apogeo de la Ilustración y la secularización.

Cuando los mundos caen en ruinas, la iglesia es el catalizador del renacimiento. La promesa de Jesús ha demostrado ser cierta: las fuerzas de la serpiente hacen todo lo posible, pero las puertas del infierno no pueden prevalecer contra la iglesia.

El Espíritu que da sueños y visiones impulsa continuamente a la iglesia a través de nuevos horizontes, rompiendo viejas barreras y agitando huesos secos

Pentecostés es el secreto de la resiliencia de la iglesia; el Espíritu es la energía que convierte el desierto en un campo fértil y el campo fértil en un bosque. Pero la «resiliencia» no es del todo correcta, porque el Espíritu de Pentecostés inicia trastornos. Pentecostés fue en sí mismo una interrupción titánica de cómo eran las cosas, y Hechos registra una serie de réplicas de la detonación de Pentecostés. El Espíritu que da sueños y visiones impulsa continuamente a la iglesia a través de nuevos horizontes, rompiendo viejas barreras y agitando huesos secos.

A través de la predicación de Felipe, el Espíritu cae en Samaria, cumpliendo finalmente la esperanza profética de que Jerusalén y Samaria, Judá e Israel, se reunirían bajo un rey davídico. El Espíritu conduce a Felipe al desierto, donde bautiza a un eunuco etíope antes de que el Espíritu lo arrebata a otro lugar. Cuando Pedro predica en la casa del centurión romano Cornelio, el Espíritu también cae sobre los gentiles, causando no poca consternación entre los creyentes judíos conservadores en Jerusalén. El Espíritu envía a Pablo y Bernabé a la primera expedición misionera a los gentiles, y el Espíritu guía al Concilio de Jerusalén a abrazar a los gentiles como hermanos y compañeros miembros del cuerpo de Cristo. Después de que el plan de Pablo de volver a visitar las iglesias de Asia se ve frustrado, el Espíritu le envía una visión de un hombre de Macedonia llamándolo a cruzar los Dardanelos para arar un nuevo campo misionero.

A lo largo de su historia, la iglesia ha seguido la trayectoria espiritual establecida por Hechos. Ella lucha por seguir el ritmo de sus soñadores y visionarios salvajes: sus Constantines y Carlomagnos y Alfredos, sus Gregories y Patricks y Benedicts y Francises, sus Thomases y Luthers, sus Wesleys y Hudson Taylors.

Guiado por el Espíritu de Pentecostés, el cristianismo no es ni revolucionario ni conservador, tampoco antirrevolucionario ni anticonservador. Es algo diferente, lo suficientemente flexible, lo suficientemente vivo, lo suficientemente espiritual como para recuperar lo que se puede recuperar e innovar cuando nada se puede recuperar.

Por el Espíritu Pentecostal, la iglesia es, como nuestro Dios, siempre vieja, siempre nueva.

Kingsnorth tiene razón: debemos comprender la gravedad de nuestro momento. Occidente no está enfermo, está muerto, y debemos prestar atención a la exhortación de Jesús de «dejar que los muertos entierren a sus muertos». Nuestra llamada en el páramo no es conservar, sino mantenernos en sintonía con el Espíritu, esperando, con valentía y alegría, la resurrección.

El cristianismo es algo diferente, lo suficientemente flexible, lo suficientemente vivo, lo suficientemente espiritual como para recuperar lo que se puede recuperar e innovar cuando nada se puede recuperar Clic para tuitear

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1 Comentario. Dejar nuevo

  • Gran artículo, realista pero nada melancólico ni pesimista.
    Esos adjetivos (conservador, revolucionario, liberal) tienen el problema de su desgaste significativo, sobre todo el último por su polisemia que lo presta a equívocos.
    Lo mismo ocurre con otros adjetivos que no aparecen en el texto como progresista o avanzado.
    Al final suenan como simples etiquetas que no sirven más que para confundir a algunos o a bastantes. Para un cristiano de hoy, un socialista de la política española jamás es progresista por la sencilla razón del retroceso moral y personal que suponen tantas leyes aprobadas en la etapa recién acabada.
    La frase «que los muertos entierren a sus muertos» no es en absoluto mera retórica para atrapar oyentes sino la consideración de urgencia ante una realidad, la nuestra, que en efecto ya ha pasado con creces a ser «otra cosa».
    Quien oye bien hasta el fondo esa frase es penetrado por el Espíritu y, según Dios le da a entender, ya es un alma al indispensable rescate de lo perdido. Caminante, sí hay Camino, y a cada cual le corresponde recorrerlo en la Verdad para vivir la auténtica Vida.

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