El Papa Francisco ha reivindicado la tradición del pesebre en su nueva carta apostólica Admirabile signum que aborda el significa y el valor de esta manifestación de fe, que ha trascendido para convertirse en un hecho cultural.
El hermoso signo del pesebre, tan estimado por el pueblo cristiano, causa siempre asombro y admiración, son las primeras palabras del Papa en su texto, que el obispo de Roma firmó en su visita este domingo a Greccio, una población italiana.
El pesebre, un acto de evangelización
La representación del acontecimiento del nacimiento de Jesús afirma Francisco equivale a anunciar el misterio de la encarnación del Hijo de Dios con sencillez y alegría.
El Papa continúa, La contemplación de la escena de la Navidad nos invita a ponernos espiritualmente en camino, atraídos por la humildad de Aquel que se ha hecho hombre para encontrar a cada hombre. Y descubrimos que Él nos ama hasta el punto de unirse a nosotros, para que también nosotros podamos unirnos a Él. Con esta Carta quisiera alentar la hermosa tradición de nuestras familias que en los días previos a la Navidad preparan el belén, como también la costumbre de ponerlo en los lugares de trabajo, en las escuelas, en los hospitales, en las cárceles, en las plazas…».
El Papa considera que «es realmente un ejercicio de fantasía creativa, que utiliza los materiales más dispares para crear pequeñas obras maestras llenas de belleza» con lo que «Se aprende desde niños: cuando papá y mamá, junto a los abuelos, transmiten esta alegre tradición, que contiene en sí una rica espiritualidad popular. Espero que esta práctica nunca se debilite; es más, confío en que, allí donde hubiera caído en desuso, sea descubierta de nuevo y revitalizada.
Francisco ha recordado también los orígenes de esta ancestral tradición. Su etimología proviene de la palabra latina praesepium, es decir, pesebre, y cita a san Agustín que observa cómo Jesús, puesto en el pesebre, se convirtió en alimento para nosotros. Y recuerda el belén viviente querido por San Francisco en Greccio en la Navidad de 1223, que llenó de alegría a todos los presentes: San Francisco realizó una gran obra de evangelización con la simplicidad de aquel signo. Su enseñanza ha penetrado en los corazones de los cristianos y permanece hasta nuestros días como un modo genuino de representar con sencillez la belleza de nuestra fe.
El pesebre no deja de ser la imagen de un Dios humilde que se hace hombre haciéndose primero niño: despierta tanto asombro y nos conmueve porque manifiesta la ternura de Dios que se abaja a nuestra pequeñez, se hace pobre, invitándonos a seguirle por el camino de la humildad para encontrarle y servirle con misericordia en los hermanos y hermanas más necesitados, explica el Pontífice.
Los signos presentes
El texto papal hace un repaso por los diferente signos del pesebre. Por ejemplo, el cielo estrellado, en la oscuridad y el silencio de la noche: Pues bien, incluso en esos momentos describe Francisco Dios no nos deja solos, sino que se hace presente y lleva la luz allí donde hay tinieblas e ilumina a los que pasan por las tinieblas del sufrimiento.
También, frecuentemente hay paisajes hechos de ruinas de casas y palacios antiguos, signo visible de la humanidad caída que Jesús vino a sanar y reconstruir. Hay montañas, arroyos, ovejas, para representar a toda la creación que participa en la fiesta de la venida del Mesías. Los ángeles y la estrella cometa son el signo de que nosotros también estamos llamados a ponernos en camino para llegar a la cueva y adorar al Señor.
Los pastores nos dicen que son los más humildes y los más pobres que saben acoger el acontecimiento de la Encarnación, como lo son las estatuas de los mendigos. Los pobres, en efecto, son los privilegiados de este misterio y, a menudo, los más capaces de reconocer la presencia de Dios en medio de nosotros, mientras que el palacio de Herodes «está al fondo, cerrado, sordo al anuncio de la alegría». Nacido en el pesebre afirma Francisco Dios mismo inicia la única verdadera revolución que da esperanza y dignidad a los desposeídos, a los marginados: la revolución del amor, la revolución de la ternura».
En el pesebre, por supuesto también están María y José. María es «el testimonio de cómo abandonarse en la fe a la voluntad de Dios», así como José, «el custodio que no se cansa de proteger a su familia».
Además, el sucesor de Pedro menciona el pequeño Jesús: Dios «es imprevisible» afirma el Papa «fuera de nuestros esquemas» y «así se presenta, en un niño, para ser acogido en nuestros brazos. En la debilidad y la fragilidad esconde su poder que crea y transforma todo» con amor. «El pesebre nos hace ver, nos hace tocar este acontecimiento único y extraordinario que ha cambiado el curso de la historia».
Finalmente, el último signo, explica el Papa es cuando se acerca la fiesta de la Epifanía, momento en el que aparecen en el pesebre las tres estatuas de los Reyes Magos, que «enseñan que se puede partir desde lejos para llegar a Cristo».
«El pesebre finaliza Francisco forma parte del dulce y exigente proceso de transmisión de la fe»: no importa cómo se construye, «lo que importa es que hable a nuestras vidas», diciéndonos el amor de Dios por nosotros, «el Dios que se hizo niño para decirnos lo cerca que está de todo ser humano, en cualquier condición en que se encuentre», y para decirnos que «aquí es donde está la felicidad».
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