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Primera Comunión, donde la meta se convierte en punto de partida

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Leyendo a Fabio Rossini, no se puede dejar de anotar —y subrayar— reflexiones absolutamente imprescindibles. La que me quedó meridianamente clara es la siguiente: tenemos que resaltar la meta en fluorescente. Sin motivación, ningún esfuerzo merece la pena. Parece un sinsentido agotador. Por eso, quiero escribir unas letras para subrayar en fluorescente la meta: los beneficios de seguir llevando a nuestros hijos a catequesis el año que viene, después de que acaban de recibir la Primera Comunión.

Nadie se conformaría con que su hijo se estancase en las matemáticas que aprendió a los 8 o 9 años. Las matemáticas aprendidas a esa edad se quedan cortas, son insuficientes para todos los cálculos que, sin lugar a dudas, van a necesitar hacer el día de mañana. Con la fe pasa lo mismo. Lo que los catequistas le pueden enseñar no llega para sostener, con el apoyo de la fe, un primero de la ESO. Y si no es ese apoyo, será otro, que a lo mejor no es tan conveniente y —te aseguro— será más endeble.

Los años siguientes a la comunión son importantísimos para ir resolviendo, con un enfoque cristiano, todos los tramos que van a descubrir. Es invertir en que tu hijo nunca esté en la lista de los que se encuentran y se sienten solos. Quien se acostumbra a hacer el viaje interior del corazón habitualmente, para encontrarse con Cristo, se sabrá querido y acompañado, aunque aparentemente esté solo.

Si no te motivan en catequesis el por, el cómo, el para y el por qué de ese viaje, no lo va a hacer nadie. Porque esta sociedad solo le mandará misivas de que piense en el momento, que abastezca los sentidos superficiales, que compre, beba, disfrute… y se olvidarán de recomendarle descender a esos recovecos del alma que sacian con la verdadera felicidad: la de darse, la de superarse, la de crecer. Algo que sí se invitará desde la catequesis.

Además, es ahí donde conseguirán amigos con familias que remen en la misma dirección. Familias con inquietudes parecidas que pueden llegar a ser una red de apoyo muy confortable para la adolescencia.

Otro factor será la autoestima. Seguir asistiendo a catequesis implica que serán niños a los que se les repetirá que sus errores no los definen, que no hay pecado que no esté inventado. Pero lo más importante: que no hay pecado que no haya sido perdonado. Este es un punto que se reflexiona muchísimo en el libro Adolescencia en Clave de Dios.

Los niños, cuya Primera Comunión no es la última, no aprenden a vivir del postureo. No nos vestimos guapísimos, celebramos ese encuentro con Jesús… para luego despedirnos y no volverlo a ver en la vida. Si celebramos esto por aparentar, estamos dando a nuestros hijos el ejemplo de que lo normal es hacer una cosa aunque pensemos la contraria. Que la incoherencia es lo natural. Después, no nos llevemos sorpresas.

La catequesis es esa extraescolar del alma, gratuita, con el único esfuerzo por parte de la familia de acudir. Sí, sé que el domingo por la mañana es cansado. Pero no más que las tres tardes de ballet, de fútbol o las cinco tardes del conservatorio. Y puede que tu hijo sea la futura Pavlova, el próximo Ronaldo o el mismísimo Tchaikovsky…¿O no?

Pero lo que sí tengo claro es que, en algún momento de su vida —antes que tarde— le hará falta las armas, las herramientas de la fe, la seguridad, la certeza. Algo que sí recibirá en la catequesis.

Seguimos sacrificando los domingos por la mañana por una formación completa de nuestros niños. Why not?

Instagram Mar Dorrio

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