¡El Señor resucitado ha dado un nuevo papa a su Iglesia! Alegrémonos y demos gracias a Dios por León XIV, nuevo obispo de Roma y pastor de la Iglesia universal.
Desde que Francisco falleció hace no tantos días, se desencadenaron las habituales especulaciones sobre los posibles candidatos, los cardenales papables y los favoritos de determinados sectores y corrientes de opinión. Durante dos semanas hemos asistido al previsible bombardeo de noticias, en las que los periodistas exponen su visión de los distintos candidatos, normalmente reduciendo el perfil a unas determinadas etiquetas, siempre peligrosas, y simplificando y rebajando el proceso de elección del próximo papa. Es normal, no se puede esperar que desde la prensa se plantee el asunto con una visión excesivamente trascendente.
Por otra parte, cada fiel cristiano podía tener, muy lícitamente, sus preferencias y opiniones particulares, dentro del escasísimo conocimiento que todos tenemos de los perfiles personales de los muchos cardenales electores, y de nuestra limitadísima visión de la situación de la Iglesia, sus problemáticas y desafíos actuales.
Por todo ello, creo que es fundamental insistir en que, al conocer el nuevo papa que los cardenales han elegido, los cristianos no debemos pasar ni a la decepción ni tampoco al entusiasmo por el dato concreto de la persona elegida. ¿Estoy invitando a la indiferencia, o afirmando que no hay que estar contento por la elección del papa? No, estoy intentando enunciar que es momento, ante todo, de alegría y agradecimiento, pero no por nombre del elegido en sí, sino ante todo porque Dios ha dado un papa a su Iglesia, el papa León. Creo que eso es lo fundamental, que Dios ha provisto un pastor para su Iglesia, ese sí es motivo de alegría y acción de gracias.
Por eso pregunto en el título de este artículo quién es el cardenal Prevost, … ¡el cardenal Prevost es el papa León!, así de sencillo, el papa León. De hecho, no existe el papa Prevost, como tampoco existieron el papa Bergoglio, el papa Ratzinger o el papa Wojtyła; existieron Francisco, Benedicto XVI y Juan Pablo II, y ahora, para nuestra alegría, León XIV.
Otro peligro que conviene evitar es abundar en las típicas especulaciones, que lo único que contribuyen es a generar incertidumbre y desconfianza ante el futuro de la Iglesia, o discusiones estériles ante la línea que el papa seguirá o dejará de seguir. La historia de la Iglesia no la escriben los sacerdotes ni los obispos, ni siquiera los papas: ¡la historia de la Iglesia la escribe el Espíritu Santo!, y la llegada a la Iglesia de un nuevo sucesor de Pedro – no olvidemos que León XIV es sucesor del apóstol Pedro, y no de los papas anteriores – es ocasión de certeza absoluta, nunca de incertidumbre: la certeza de que Dios nos ha dado un nuevo vicario de su Hijo Jesucristo, un nuevo dulce Cristo en la tierra, esa es nuestra gran certeza, ¡ese es el motivo auténtico de nuestra alegría y agradecimiento!
En sus primeras palabras al salir al balcón en la Plaza de san Pedro, León XIV puso un acento especial en la paz, especificando que la paz nos la trae “Cristo resucitado, el buen pastor que dio la vida por el rebaño de Dios”. Y resonaron con fuerza los altavoces en la Plaza de san Pedro cuando afirmó con emoción “¡Dios nos quiere bien, Dios os ama a todos y el mal no prevalecerá! «.
Quiera Dios que sus palabras, su ministerio petrino y su entrega generosa a la Iglesia universal sean medios por los que Dios quiera servirse para traer paz al mundo y unidad a su Iglesia. Recemos incesantemente por el papa León.
¡Dios bendiga al Papa León XIV! ¡Ad multos annos!
¡Dios nos quiere bien, Dios os ama a todos y el mal no prevalecerá! Compartir en X
