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Revoloteo de corral

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¡Ánimo, hermano, mi hermana del alma, que estás a punto de llegar! ¡Tú puedes! (si quieres). No te desanimes, pues todo lo conseguimos tarde o temprano si lo luchamos: “El obrero bien merece su paga” (Lc 10,7).

Fíjate. Ten en cuenta que nuestro Padre Dios (a diferencia de tantas personas) no nos exige nunca lo que no podemos dar; si nos prueba con tan violentas pruebas es precisamente porque podemos (con su ayuda), y por ese medio trata de hacernos fuertes, pues es eso lo que busca: nuestra perfección. Hay una máxima teológica que asevera: “Dios siempre nos da la gracia que necesitamos cuando la necesitamos”.

Pero no todo es coser y cantar. ¿Te has tropezado con un pejiguero? Acepta el cuerpo a cuerpo con él, librando la guerra del amor, por más que él te vierta odio; el Espíritu está contigo. No olvides que el Espíritu es Santo y es Dios. En la lucha te fortalecerás, y por ese medio conseguirás las fuerzas y desarrollarás tus potencias como quien hace músculo para lo que te ha de venir: “el ciento por uno” (Mc 10,28-30). Y ahí no queda todo, puesto que todas las ganancias de tu lucha te vendrán por la magnificente grandeza del bien (con todas sus consecuencias y consecuentes virtudes) a que tu Padre te ha destinado para que puedas huir del ludibrio del odio.

Estás en lo cierto, hermano, mi hermana del alma. La rivalidad del pejiguero es perversa, y viene alimentada por el combustible de la envidia en un círculo vicioso que solo con el amor paciente puede vencerse, precisamente absteniéndote de jugar “a su manera”. Precisamente porque no consigue maneras, se las da de que las tiene viviendo “a su manera” (dice), y lo único que sabe hacer es criticar e ir a hundir lo que él no es capaz de construir. −¿Es eso saber jugar?

Déjale claro: ahora toca jugar según tus reglas, que son las del amor. El pobre presume de ir a la suya, pero no se percata (y lo falsea) de que entre los de su grupito no es más que otra oveja más del rebaño en que se siente gustoso como en sanfaina y seguro como en refrito. Y es que quien realmente es independiente no necesita la aprobación ni la atención de nadie, aquella que el ovejo tanto reclama. En un primer momento parece contraproducente y hasta descabellado darle amor a cambio de revancha, pero es la manera que tiene Dios de hacer las cosas, tan por encima de las de los hombres y las mujeres que buscan la perdición de sus semejantes, tu perdición. “Cuanto son los cielos más altos que la tierra, tanto están mis caminos por encima de los vuestros, y por encima de los vuestros, mis pensamientos”, “¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos!” (Cfr. Is 55,9; Rom 11,33).

No le des vueltas. Pasa de tu hermano, olvídate de tu hermano, tú sigue tu camino, el camino por donde vas. ¡Aplícate, y vencerás! Si sigues fiel a los mandatos del Padre, tu pulso con el pejiguero comportará e impondrá siempre (en el momento justo, el que Dios dictamine) la evidencia a todas luces de tu superioridad moral y humana, con tu actitud positiva y creativa ante la adversidad, de manera que conseguirás −aunque sea con tu muerte− voltear la entera situación perversa convirtiendo la rivalidad en caridad. Y esa caridad es precisamente la que tú deberás distribuir con tus obras a todo ese entorno cáustico en que te mueves. Pero no olvides que debes ponerte manos a la obra, y obrar. Encárate al pejiguero. Empieza por decirle: “¡Menos ‘rezar’ por tu hermano, y más dedicarte a hacer lo que debes, acogerlo!”. Luego, cállate, y ve a la tuya. Dios tiene sus tiempos.

Sí, hermano, mi hermano del alma. Aún hay clases. Tu adversario está revoloteando por el corral cuando podría estar volando como las águilas, no hay más; no chapotees tú en su excreción. La vida no es coser y cantar, es lucha por la superación a fin de conseguir llegar a la meta con el diamante tallado en todas sus caras. “A quien algo quiere, algo le cuesta”, dice el saber popular. Así que recrimínale: “¿No te gusta hacer musculación? Pues abre las alas, y lánzate al vuelo. ¿No sabías volar?”. Luego, alza el vuelo. Si te sigue, habrás salvado a tu hermano; si no, olvídate de él, es que se queda en el corral. Dios lo hizo libre, ¡allá él! Tú, a volar.

Twitter: @jordimariada

La rivalidad del pejiguero es perversa, y viene alimentada por el combustible de la envidia en un círculo vicioso que solo con el amor paciente puede vencerse Compartir en X

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