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Brescia: profanadas las tumbas de los niños no nacidos

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Hay crímenes que no necesitan violencia física para ser atroces. Bastan el desprecio, el silencio y la frialdad administrativa.

En el cementerio Vantiniano de Brescia (Italia), 2.500 tumbas de niños no nacidos fueron profanadas y removidas sin previo aviso, sin dignidad, sin respeto, sin siquiera una carta que advirtiera a las familias que un día —al volver al camposanto— encontrarían vacío el lugar donde lloraban a sus hijos.

Y ahora, tres años después, dos funcionarias municipales irán a juicio por violación de sepulcros y vilipendio de tumbas. Pero el escándalo —aunque tipificado— es mucho más que un caso judicial.

Es el reflejo dramático de una cultura que no tolera el dolor que desmiente su ideología.

Una cultura que prefiere borrar a los hijos antes que permitir que sus madres los recuerden.

El duelo silenciado

«Cuando llegué al cementerio y no encontré la tumba de mi hijo, me sentí una mala madre, pensé que la culpa era mía por no venir más a menudo», relató una de las madres afectadas. ¿Cómo se repara una herida así? ¿Cómo se devuelve la paz a quien, en lo más profundo de su dolor, se encuentra despojado incluso del derecho a llorar con nombre y apellidos?

Las tumbas no eran anónimas. Cada una tenía un nombre, una fecha, a veces una cruz pequeña, otras una figura de peluche, flores, fotografías, oraciones.

Era el espacio sagrado donde el amor herido seguía diciendo: “estuviste aquí, te amamos, no te olvidamos”. Y de pronto, todo eso desapareció. Como si el dolor también tuviera fecha de caducidad. Como si esos pequeños cuerpos jamás hubieran existido.

Una ideología que incomoda al amor

No nos engañemos. Este no es un error técnico ni un simple fallo burocrático.

Es una manifestación más de la brutalidad ideológica del abortismo militante, que no tolera que se reconozca humanidad al concebido. Porque si es humano, entonces duele su pérdida. Y si duele, entonces se le ama. Y si se le ama, entonces existía. Y si existía… entonces el aborto ya no es un “derecho”, sino un drama.

Como dijo María Rachele Ruiu, portavoz de Pro Vita & Famiglia, “dejar que una madre entierre a su hijo significa reconocer su humanidad, y eso molesta”. Y añadió con razón: “la ideología abortista es tan feroz que quiere incluso negar el dolor de las mujeres que, después de perder a su hijo, solo desean un lugar donde llorarlo”.

El derecho a enterrar a los hijos

La legislación italiana —como también en muchos países— reconoce el derecho de las madres a dar sepultura a sus hijos abortados, incluso si murieron en el útero, durante el parto o a los pocos días de nacer. Es un derecho legal y humano. Y sin embargo, en este caso fue pisoteado.

Los funcionarios responsables no informaron, no esperaron, no respetaron. Removieron lápidas y restos con la impunidad de quien cree que no hay nada ahí abajo.

Porque para muchos, esos bebés no nacidos nunca fueron personas. Solo “productos biológicos”. Material descartado. Y por tanto, sin derechos, sin nombre, sin memoria.

Pero el amor de una madre no necesita certificados para ser verdadero. Ni fechas límite para dejar de sentir. Y eso es lo que escandaliza a la cultura de la muerte: que el amor grita incluso desde una tumba minúscula, y que hay padres que siguen amando a sus hijos a los que no vieron crecer.

Justicia, sí. Pero también verdad

La justicia hará su camino. El próximo 30 de mayo se celebrará la vista preliminar del juicio, y el 26 de septiembre intervendrán las defensas. Las familias estarán allí. Con su dignidad herida, con sus lágrimas silenciosas, pero con la verdad de su parte.

Porque la sociedad podrá mirar hacia otro lado, podrá hablar de “rituales” o de “fetichismos emocionales”, pero ellos saben que allí había un hijo. Y eso basta.

Mientras tanto, el Ayuntamiento de Brescia ni siquiera está imputado. El poder político se lava las manos. La ideología sigue su curso. Pero hay algo que no podrán borrar: los nombres de esos pequeños están escritos en el cielo.

No es solo una batalla legal: es una batalla por la verdad del ser humano. El niño en el vientre es un hijo.

Una civilización que profana tumbas no es civilización. Una cultura que niega el derecho al duelo no es humana. La ideología que borra el amor solo puede traer muerte.

Pero el Evangelio de la vida no se calla. Grita desde la cruz y desde cada tumba profanada: “Este pequeño vivió, fue amado, y es eterno”.

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1 Comentario. Dejar nuevo

  • Diógenes
    5 mayo, 2025 11:10

    “Porque para muchos, esos bebés no nacidos nunca fueron personas. Solo “productos biológicos”. Material descartado. Y por tanto, sin derechos, sin nombre, sin memoria.”

    No sabemos si para muchos o para pocos. Cada cual sabe en su conciencia como considera a estos “bebés no nacidos”. Es la sociedad en su conjunto la que, por consenso, ha establecido como principio indiscutible que son seres virtuales, imaginarios, meros proyectos que no han llegado a convertirse en realidad. Las funcionarias denunciadas actuaron de acuerdo con este principio. De haber sido un cementerio de mascotas no lo habrían profanado, porque a las mascotas que viven en casa se les ha dignificado a la par que se degradaba a los seres humanos que viven en el vientre materno. Este tipo de cementerios incordian a una sociedad biempensante que se ha dado una ley que permite matar a voluntad a seres humanos como los que están ahí enterrados, con sus lápidas y sus nombres. Acabarán prohibiéndolos por malsanos y porque crean mala conciencia en un mundo feliz que ha dado con la manera de exterminar democráticamente a quienes, por una razón u otra, no son objeto del deseo de alguien.

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