fbpx

Vivimos como leemos

COMPARTIR EN REDES

Volvíamos del recreo de media mañana. Unos discutían sobre jugadas dudosas del partidillo de fútbol recién terminado; otros, con los carrillos abultados, apuraban el desayuno que habían ido posponiendo entre conversaciones y juegos; también estaban los que, alarmados, caían del guindo entonces preguntando si había deberes para la siguiente clase… Tocaba Lengua. Estábamos dando literatura esos días. Esa mañana, conocimos a Lázaro de Tormes.

Recuerdo al profesor, con el libro en la mano, leyéndonos el texto original a la par que teatralizaba las andanzas del pícaro con el amo ciego: el golpe que este le da al niño contra la cabeza del toro de piedra, las argucias del pequeño con el vino para mitigar las penurias que le hace pasar el amo… Aún veo al profesor cogiendo carrerilla entre la pizarra y la primera fila de pupitres para representar el tremendo golpe del ciego contra una farola, fruto de la venganza de Lázaro, y oigo las carcajadas de mis compañeros y mías con estos episodios. Así presentados, en nuestra cabeza no distaban apenas de los de Mortadelo, Astérix o Fray Perico que habíamos leído en casa.

Varios cursos más tarde, la profesora de latín nos explicaría el mundo a través de los mitos, nos cautivaría con las hazañas épicas de los héroes griegos y atraparía del todo nuestra atención con las idas y venidas del figura de Zeus.

Teníamos 13, 14, 15 años. Aún no habíamos leído el Lazarillo, la Ilíada o la Odisea, pero, gracias al buen hacer de nuestros profesores, ya los conocíamos, ya formaban parte de nuestro bagaje literario, de nuestro imaginario cultural y, quizá no todos, pero seguro que sí alguno los leerían más adelante. En cualquier caso, el contacto con la literatura había sido directo —con los textos originales en estos casos—, amable y ameno, lo cual facilitaba mucho el sumergirse con gusto en esa o en otras lecturas. No todas resonaban igual en todos, pero en la variedad siempre había alguna que se acercaba más que el resto a cada uno de nosotros.

un buen profesor de literatura es aquel que consigue hacer silencio entre sus alumnos en torno a buenos libros.

Y es que fomentar la lectura entre los niños y adolescentes no consiste solo en buscar textos que les puedan gustar y proponerles que lean lo más posible. Leerles nosotros, los adultos, los textos en voz alta es fundamental, mostrarles las historias con entusiasmo, traducirles lo complejo, poner esos textos en contexto y relacionarlos con su mundo, reflexionar sobre lo leído, escuchar sus opiniones y experiencias de lectura, alimentar su imaginario cultural… es plantar la semilla, es fomentar la curiosidad que será el motor de siguientes lecturas y aprendizajes y es educar su mirada al mundo a través de los ojos de otros que lo han mirado antes. Si, como dice Gregorio Luri en su obra Sobre el arte de leer, “un buen libro es capaz de crear silencio alrededor de quien lo lee, porque reclama para sí toda su atención”[1], me atrevo a decir que un buen profesor de literatura es aquel que consigue hacer silencio entre sus alumnos en torno a buenos libros.

Es cierto que el planteamiento de la asignatura de Lengua Castellana y Literatura según las leyes educativas de las últimas décadas no favorece per se casi nada de lo anterior. Quizá en Infantil y Primaria sea más sencillo abordar la literatura y el fomento de la lectura con esta calma, amabilidad y reflexión, pero en Secundaria y Bachillerato es muy complicado.

Se han unido en una sola asignatura los contenidos que hace unos años se abordaban por separado e, integrados en un solo programa, la literatura sale perdiendo siempre frente a la lengua.

Se han unido en una sola asignatura los contenidos que hace unos años se abordaban por separado e, integrados en un solo programa, la literatura sale perdiendo siempre frente a la lengua. Sin embargo, a pesar de la dificultad, no es imposible atenderla mejor si se desarrolla, en coherencia con la programación oficial, un plan lector bien fundamentado por parte del centro. Merece la pena el esfuerzo y me consta que hay centros que tienen propuestas en marcha con resultados satisfactorios.

En cualquier caso, tanto la programación como el plan lector están en manos de un docente que es el que, en definitiva, le pone alma a la vivencia, sirve de ejemplo y transmite lo que sabe y lo que ama a sus alumnos y, en el mejor de los casos, les contagia ese amor.

En su libro (En) plan lector, Miguel Salas señala cinco ingredientes que no le pueden faltar al profesor cuando acerca a los alumnos textos a los que no pueden o no suelen acceder por sí mismos —que cada vez son más por distintos motivos que podemos considerar en otro momento—. Estos ingredientes son la paciencia, el conocimiento, el entusiasmo, el compromiso y la experiencia[2]. Y si echo la vista a atrás, encuentro todos ellos en mis profesores de literatura y de latín y griego. Y, seguramente, ustedes puedan hacer lo mismo con los suyos.

Dice Gregorio Luri que “vivimos como leemos[3]. ¡Menuda responsabilidad tenemos, pues! ¡Vamos a cocinar esos ingredientes, que nuestros jóvenes lo necesitan!

 

[1] Luri, Gregorio. Sobre el arte de leer. 10 tesis sobre la educación y la lectura. Plataforma editorial. Barcelona, 2022. P. 119.

[2] Salas Díaz, Miguel. (En) plan lector. Sobrevivir a la adolescencia sin dejar de leer. Plataforma editorial. Barcelona, 2023. P. 94 y ss.

[3] Ibídem. P. 135.

Un buen profesor de literatura es aquel que consigue hacer silencio entre sus alumnos en torno a buenos libros Compartir en X

¿Te ha gustado el artículo?

Ayúdanos con 1€ para seguir haciendo noticias como esta

Donar 1€
NOTICIAS RELACIONADAS

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

Rellena este campo
Rellena este campo
Por favor, introduce una dirección de correo electrónico válida.

El periodo de verificación de reCAPTCHA ha caducado. Por favor, recarga la página.