Todos pasamos por este apuro. Quién más, quien menos, sabe qué es ese sentirse descorazonado ante las miserias que los demás le provocan, algunas conscientemente, sí, pero la mayor parte involuntarias y fruto del propio devenir de la vida y su desarrollo y desplegadura en la realidad de todo ser humano. Ciertamente es así, aun si sabemos por experiencia que a menudo es un llamar la atención del mezquino insípido a costa de nuestro honor, consecuencia de la baja autoestima que en nuestro mundo tanto se reclama y poco se consigue, porque se busca a costa de la del hermano, en especial cuando este destaca sobre lo que el mezquino no es capaz de obtener ni de dar por su propio mérito.
Duele, ¿eh? Lo sabemos. Pero… ¿qué hacer, ante un desengaño? En todo caso, dependerá de la idiosincrasia de cada evento en particular, pues nada hay que sea, en este tema, generalizable, como no sea las virtudes que se necesitarán para afrontarlo; esas son básicamente las que se encuentran recogidas en las paradójicas sabias Bienaventuranzas que Jesús proclamó ante sus discípulos queridos. Debemos vivir amando a Dios y su voluntad sobre todas las cosas, “como si todo dependiera de ti, sabiendo que todo depende de Dios” (san Ignacio de Loyola).
Tomemos por ejemplo una decepción en el trabajo. ¿Quién ha sido el sujeto desencadenante? ¿Posee alguna responsable ascendencia o sabio predicamento sobre la víctima? ¿Ha sido provocada, o quizás más bien aquello que podríamos llamar rutinaria? ¿Tiene alguna relación con el trabajo mismo o es choque de caracteres? ¿Hay en ambas partes voluntad de perdón y resarcimiento?
En diversas ocasiones he rechazado regalos ostentosos o interesados, puesto que lo que importa es lo que siente el corazón, no la pátina de oro con que los prepotentes tratan de hacer relucir sus acciones manipuladoras, escondiendo el óxido de su alma. Saben que los hay que hablan y actúan según su conciencia sin preocuparles lo que piensen los otros, viviendo a su manera, lejos de la que les quieren imponer. Los prepotentes se aprovechan de ello para tratar de brillar como los vestidos transfigurados de Jesús, escondiendo la animadversión de corazón podrido con que actúan, adulando con la agresividad pasiva resentida que caracteriza a los ostentadores y aduladores, antivirtudes en que tantos se sumen hoy.
A tales seres de alma depauperada les duele mucho (y lo expresan) que rechaces su regalo, porque el regalo se lo están ofreciendo a sí mismos con el interés de manipular tu corazón inocente. Perdónales, pero actúa con perspicacia. Hay que saber perdonar, pero lo primero y esencial es pedir perdón por la ofensa, aquella que esconden tras su regalo; si no lo expresan, ¿qué vamos a poder perdonar? ¿Seguir aguantando el chaparrón? Hablamos de faltas personales, en que el perdón queda en la intimidad de dos seres enfrentados. En caso de faltas públicas, el perdón debe pedirse públicamente, asumiendo de todas, todas, que el perdón reside más allá de la ofensa; está en el corazón de quien perdona, pero debe merecerse con humildad y resarcimiento.
Una actitud ante la vida
Ya vemos. La vida es dura, y debemos afrontarla como se nos presenta, deportivamente, lejos de adoptar una actitud escamoteadora de cualquier contradicción −por miedo, comodonería o temeridad−, puesto que hacerlo complicará aún más las cosas y hasta puede llegar a eternizarlas y enquistarlas tanto en el entorno laboral como en la vida personal de ambos sujetos implicados, en su espíritu y en su físico, que es lo que buscan los prepotentes.
Con todo, “¡adelante, a toda vela!” es una expresión que puede enraizar consciente o inconscientemente en la personalidad de quien de verdad está dispuesto a ir al grano de la verdad de la propia existencia con un perdón ofrecido al pecador arrepentido. Ayudará aceptar con valentía por ambas partes la verdad de los acontecimientos como voluntad del Padre, el Dios-con-nosotros de todos; Él, que nos quiere el máximo bien y nos ha dado ejemplo, llegando a dar su vida por nosotros como perdón de rescate por nuestros pecados. ¿Lo haremos nosotros?, ¿…o al menos, nos uniremos a su Cruz para redimir nuestro pecado y el del mundo? Si nos piden perdón, sin duda, y si no, también, so pena de caer nosotros en una fosa más oscura si cabe. La paz reside en el propio interior, que debe permanecer limpio.
Analicemos bien, pues, el terreno. ¿Estamos dispuestos a superar el escollo y salir de él fortalecidos en nuestro reconocimiento y nuestro ánimo? Una sonrisa suele ayudar a hacerlo, además de colaborar a salvaguardar nuestra salud emocional e incluso física como quien ha sido ofendido gravemente pero no busca su propia voluntad, sino la paz de Dios Creador. Por eso, el inesperado vencedor (que el prepotente pretendía someter) mira siempre al horizonte −todo aún por llegar−, con el perdón a la acción cruenta pero resarcida en sus manos y en su corazón. El Maestro, que conoce bien el amor del Padre –ofrecido desde su perspectiva de eternidad−, sabe cómo son en realidad las cosas, y cómo deben ser. Pidamos, pues, perdón y perdonemos. Al tiempo que vencedores, así seremos endiosados, por el propio perdedor.
Twitter: @jordimariada
La vida es dura, y debemos afrontarla como se nos presenta, deportivamente, lejos de adoptar una actitud escamoteadora de cualquier contradicción Compartir en X