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Desengañados a traspiés (y II)

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Hoy acabamos esta serie, hermano, mi hermana del alma. Vuelvo para decirte que despiertes, y serás feliz como nunca lo has sido; vivirás la vida que Dios te ha preparado desde toda la eternidad, especialmente para ti. Has llegado a un punto en que te encuentras perdido en tu propio huerto. Te preguntas: “¿Es esto vida? Y yo te diré que ciertamente no, hermano, mi hermana del alma; es muerte que gana la muerte en vida de aquel a quien crucificas, y a ti te asegura la muerte eterna si no rectificas, no reparas y no pides perdón. Perdona que insista, pero lo hace también san pablo para dejar claro que debemos “vencer el mal con el bien” (Rom 12,21). Ante tu negativa a cambiar, no me das elección. ¿Por qué no te aceptas humildemente, con tus virtudes, sí, pero también con tus pecados? ¿No te das cuenta de que así te cavas la fosa eterna, que empieza en este túnel en que te hallas?

Fíjate en como tienes el patio. Tienes razón cuando repudias a tantas personas que (como tú) se te quejan de la cruz en sus vidas y sin embargo se llenan la boca de las palabras huecas de su desorientación vital, con la que no hacen otra cosa que intentar traspasar su culpa a sus hermanos. Esto es de todas, todas, un imposible, porque la cruz está hecha a medida de cada uno, pero demuestra el putrefacto caldo cervecero que les llena el corazón. Muchas personas hay de esas que crucifican a sus hermanos en el patíbulo que fingen no vivir ellos. Y por ese camino no consiguen más que crucificarse ellas mismas, por más triunfadoras que quieran parecer: son perdedoras ante Dios, y no pocas veces, Él, como Padre que da a cada hijo lo que le corresponde, acaba diciéndoles: “¿No quieres taza? ¡Taza y media!”.

Ir por el mundo mordiendo gratuitamente o con excusas culpables y luego dejar pasar el tiempo sin pedir perdón, ni rectificar, ni reparar, a la espera de que la propia conciencia se olvide del propio pecado y se esfume del imaginario colectivo, es de cobardes. Ese tipo de personas malviven (por más acomodadas que se les vea) dejándose llevar por la corriente y el rebaño, tratando con esas sus mañas prestidigitadoras de que el agua vuelva solita o con sus manipulaciones a su cauce, y aún se las dan de que ellos “rompen las reglas”, pero te las imponen a ti.

¡No, hermano, no, mi hermana del alma! ¡No me vengas con monsergas! ¡A tu Padre no lo engañarás, y a tu hermano tampoco! ¿No ves cómo lo tienes desangrándose? ¡Levántate y acúsate ante la comitiva! Deja tu rosario encima de la mesa, y encamina presto tus pasos hacia tu hermano. ¡Sabes que como está es culpa tuya, tu conciencia te acusa! Y ten en cuenta otra cosa: no sea que aparezcas un día o una noche ante todos como el perro pequeño que ladra al grande por miedo… y el agua acabe anegándote el camarote.

Tu hermano sabe que si te da amor (aquello que tú no quieres dar), es justo que sea retribuido. No obstante, la paradoja es que el amor debe ser gratuito, pero tú le pones precio al tuyo. Tú no sabes qué está en condiciones de darte tu hermano (por eso y por pobreza de espíritu no has de exigir nada), además de que qué sabes tú lo que ya te está dando, que por obvio tú no adviertes ni le valoras. El amor no se prodiga, se da.

Recuerda que muchas veces no advertimos lo que tenemos hasta que lo perdemos… tantas veces cuando ya es tarde para recuperarlo, e incluso lo habremos perdido para siempre. Así estás tú. Además, no olvides que tu Patrón no es tu ego, sino tu Padre Dios, y Él mismo (en su momento) os retribuirá a ti y a tu hermano, a cada uno según su virtud y su pecado. Da, y te dará. Cuesta entenderlo, lo comprendo, dada tu soberbia. Me quejo de ti de la misma manera que se queja Jesús a los fariseos que se pavonean a pies juntillas de practicantes ejemplares de la Ley dada a Moisés, pero miran a otro lado: “Si no dais fe a sus escritos, ¿cómo daréis fe a mis palabras?” (Jn 5,47). Recapacita: pon fe con amor, y entenderás. Y aquí lo dejamos. Ahora te toca a ti.

Twitter: @jordimariada

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