El otro día vimos cómo actúa el ególatra postmoderno. Hoy analizaremos su qué y su porqué, esbozando su posible enmienda.
Empecemos advirtiendo que ya no vivimos el amor en casa. Ya no se da y se recibe amor con sanidad ni santidad. Uno se lanza a por la atención de quien le rodea vendiendo su afecto, que ya ni es amor ni es nada; agua chirle, sorbete de arritranca. Tratando de ser el centro, libre como pretende ser, con su libertinaje se convierte en pelele del momento, que tanto le impele a trompicones con su salida hecha antojo y ventolera, viviendo e imponiendo lo que “le sale”. De esta manera, de repente se encuentra perpetrando el suicidio colectivo succionando paranoia cada cual de cada quien, flotando sobre el abismo de su mísera pretensión de libertad −ahora comunal−, que degenera en lance del destino, y le ata al capricho que en grupo se ha convertido ya en orgía.
“¡Espabila!”, expele el cacique, sanguinario como de alucine. Pero se le acaba la cuerda cuando se cerciora de que en realidad él no es nada, no más que un soplo de petulante fantasía, y se goza en el vacío… hasta que el trompazo es de tal entidad que le deja carquiñol. “¡Socorro!”, grita entonces a los cuatro vientos, pero el silencio se le impone a gritos. Ya nadie le oye nada. Nadie le escucha. El final empieza como el principio, y su vida se sume en la epanalepsis definitiva que le asfixia: como el tiempo pasa, pasa la nada.
¡Pero vive Dios, el Amor! Él, que si no das amor, con Amor te persigue. No siempre estás limpio de alma y cuerpo, pero el Todopoderoso te demuestra −con su Amor− que la libertad que tanto ansiabas, vivida imponiéndola cobarde a quien te parece que no tiene fuerza para responderte el embate, acaba por atarte pies y manos, y el abismo te esclaviza como cuando los oficios de guardar los vives en pecado mortal, y la perviertes pervertido tú. Da igual que sea en un despacho “oficial”, “privado” o “real”; la conclusión de cualquier mortal en ese estado es antes o después la misma: “¡Antes muerto que morir!”. Y Dios te ama. Y tú te callas. Tu odio te pudre las entrañas.
Recuperar el alma
Ya ves, hermano, mi hermana del alma. Lo hablábamos en el artículo anterior: si lo dicho es lo que cabe esperar del erario público, es porque en privado es vivido el amor como opresión. Y si el amor no es vivido con gratuidad sino a precio impuesto, la vida te pone precio, el precio de tu libertad. Es el precio que la ley te impone cuando el deseo de gustar y dominar es visceral, y no libre como tu alma fue creada. Se pudre, entonces, el cuerpo social como antes se pudrió el tuyo, y putrefactos deambuláis perdidos, tratando de encontrar tu espíritu, que no es ya sino una sombra, la sombra del pingajo de Satán.
Atiéndeme bien. Es importante que recuperemos la caridad social que en otro tiempo vivimos en comunidad, que proviene de la personal que deberíamos vivir en familia. Prevaleciendo el tú ante el yo, comprendiendo siempre la debilidad inconsciente, jamás acosada a conciencia, so pena de merecer el castigo divino. Si la caridad no es como debería ser, enferma y solo sabe imponer su pretendida “caridad” subjetiva, que entenebrece la razón, y a razón perdida, se pierde la razón; ni tú ni nadie puede ya argumentar ser limpio.
Nuestra sociedad pretende haber superado el sentimentalismo del hombre viejo con el amor vivido sin amor. En consecuencia, el posthumano trata de superar su impotencia (porque sin amor, nada vale nada) al porrazo limpio propio de la implacabilidad del rodamiento-a-chirrido-lento en que se sume, de manera que lo genital es ya vivido a lo animal, pues lo animal se deja llevar por el laissez-faire, laissez-passer inconsciente, de manera que la conciencia sucumbe ante cualquier intento de superación del mal que siempre debería ser superado por el bien, eso es, el amor. El problema es que −por si fuera poco− a estas alturas, el bien se ha vuelto ya irreconocible.
Recapacita, pues, hermano, mi hermana del alma. Aún estamos a tiempo de parar la máquina de la muerte espiritual y vivir de acuerdo con nuestra naturaleza. Queramos o no, nos es advertida por nuestra conciencia, animándonos a reconocer la Verdad que nos presenta Dios nuestro Padre con la promesa de la felicidad para la cual nos creó, y por tanto solo viviendo según su Ley podemos alcanzar la salvación. Créeme. O esto, o el ¡big-bang-patapatapam-crash! que estamos a punto de experimentar todos y cada uno de nosotros en persona. Ese será, al fin y a medida, el precio de tu libertad… y la mía.
Twitter: @jordimariada
Es importante que recuperemos la caridad social que en otro tiempo vivimos en comunidad, que proviene de la personal que deberíamos vivir en familia Share on X