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La daga de la conversión

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Conviértete, hermano, mi hermana del alma. La conversión es un movimiento voluntario y radical o progresivo del alma hacia Dios, que la atrae con su Verdad primera, pues está inspirada por Él, eso es, infusa. Si el alma no quiere, Dios no puede nada, porque le respeta la libertad. Sin embargo, san Pablo se convirtió “con las manos en la masa”, persiguiendo cristianos, sin él esperarlo (Hch 9,1-13); pero destaquemos que el movimiento no acabó hasta que él se convenció y tomó la decisión de seguir al Señor de los señores. Repentina o no, la conversión o es voluntaria o no es. Además, siendo intrínsecamente progresiva, no termina hasta la muerte en Dios; va de menos a más, y no tiene ni principio ni final en la historia de la persona per se, sino que obra en ella el poder de Dios Padre Todopoderoso, que siempre, desde la creación de su criatura como Creador, está llamándola a vivir su Amor, puesto que el Creador la crea para ser feliz.

Cuando el alma desea la conversión con sinceridad y hasta por admiración (que no envidia insana), trata de acercarse a una entelequia que su espíritu le sugiere, que a veces es muy clara, pero a menudo desconcertante. El alma desea conocer a Dios o aquello que le acerca o le parece que le acerca a Dios sin entender, y ese sentimiento puede convertirse en movimiento, pero no siempre. Hay almas eminentemente pasivas que desean o hasta rechazan la Llamada, pero otras de una actividad sorprendente, por más que ellas no sientan en ello que se acercan a Dios.

La conversión, hemos dicho, no tiene final, dado que es un acercamiento (o mejor vivencia) a la Verdad de Dios. Pero como Dios es inabarcable, por ello al alma le resulta Dios incomprensible. Sin embargo, hay movimientos voluntarios del alma que la acercan a ese conocimiento por medio de palabras, símbolos, metáforas, ideas, oraciones, gestos, silencios…, y es cuando descubre o no se percata de que Dios le prepara un camino con sus mojones e hitos que a veces son muy claros, pero usualmente incomprensibles y hasta irreconocibles. Solo puede el alma advertir ese camino si Dios se lo permite, que normalmente es cuando ya lleva un buen tramo y mirando atrás se clarifica que está en movimiento hacia algo que es Dios mismo, pero que ella −decimos− no siempre advierte.

Imperfecciones en el alma

Hemos apuntado que la envidia insana no acerca a Dios, puesto que esa envidia, al ser pecado, la separa de Él. Si embargo, Dios Creador, en su omnipotencia, puede valerse de cualquier evento o moción para llamar al alma a Sí. Las palabras no pueden alcanzar a describir una conversión, que solo conoce Dios y que se manifiesta secretamente al alma. Es por eso que sería mejor decir que la envidia “no necesariamente la acerca a Dios”. Por tanto, nunca debemos juzgar a nadie; nunca sabemos lo que está viviendo el alma en la vida del espíritu. Lo que sí podemos es señalar el pecado: es aquello de “se señala el pecado, pero no el pecador”. La envidia es una moción humana que nos hace desear lo que es o tiene otro, y así nos hace creer que nos impulsa a avanzar conscientemente, pero nos ata; por eso, como es vivida con malicia y de manera enfermiza, es negativa.

También cabe señalar que la conversión no es una firma, ni acontece en un momento concreto, pero sí que puede llegar el momento en que el alma decide aceptar esas mociones con libertad y vivir de acuerdo con ellas, haciéndose consciente del movimiento: decimos entonces que el alma se ha convertido, pero es solo un modo humano de explicar lo que al ser humano le resulta inefable. A partir de ahí, el alma prosigue voluntaria y conscientemente su acercamiento por ese Camino a la Verdad de Dios que le reclama, para alcanzar la Vida: por eso Jesús se presenta como “camino, verdad y vida” (Jn 14,6). En su caminar hacia Dios que la atrae, el alma llega un momento que trasciende esta vida mortal y vive al mismo y en el mismo y por el mismo Dios en su eternidad sin fin (“por Cristo, con Él y en Él”, rezamos en la plegaria eucarística).

Daga o brasa

Insistamos. El alma no se “convierte” si no quiere. Dios nos ha hecho libres, y vivimos esta libertad en El o malvivimos en la que creemos libertad pero que nos encadena, que es la mentira que Satanás pretende plantar en nuestro corazón desde la manzana de Eva. “El espíritu está pronto, pero la carne es débil”, afirma Jesús (Mt 26,41). En la decisión como elección libre entre la virtud o el pecado se juega el alma su conversión. Pues, al ser libre, la conversión puede compararse con el hacer músculo: a medida que lo ejercitamos, se desarrolla. Esa musculación, como la Llamada, es personal e intransferible de esa persona, y no de otra; por más que al espíritu le insistan en querer, el alma puede hacerse la sorda. De esta manera (por hacerse la sorda) o por mil y un vericuetos, puede el alma querer convertirse y no poder. ¿Por qué? Porque la conversión es un acto libre, pero depende de Dios, que es quien llama al alma, y siempre a Su manera. Es como una daga prendida que brasea el fondo del corazón con mociones inefables en silencio o tras el grito.

Pero atención. Hay infinitas implicaciones, que solo Dios conoce, y Él no toma en cuenta mientras vivimos el peso de nuestros delitos si no es para hacernos rectificar, pero sí que nos hace justicia en el momento de la muerte. El secreto para ir penetrando todas esas implicaciones está en vivir de acuerdo con lo que Dios manda, y así, en su progresivo acercamiento a Dios, el alma va transformándose en Él.

Prueba a ver, hermano, mi hermana del alma, si este es tu caso, pues lo es de todos, dado que todos debemos convertirnos, ya que, como hemos dicho, la conversión nunca acaba en vida. No te embadurnes más con el betún del pecado, que se agazapa tras una apariencia de bien. No olvides que esa vivencia debe ser sincera. Si no, aún te enredarás más. Es el peso de la culpa que crece y crece hasta que revienta. Muchas veces es entonces que, al final de la vida o en pleno apogeo, la conversión puede ser repentina, o ya el alma se funde en la Muerte eterna. ¿No será mejor elegir la Vida?

Twitter: @jordimariada

Al ser libre, la conversión puede compararse con el hacer músculo: a medida que lo ejercitamos, se desarrolla Share on X

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