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La ley trans, la mejor expresión de la crisis moral que nos destruye

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Empecemos por el principio, el ámbito de los fundamentos y premisas:

La teoría que impera en nuestro tiempo es el emotivismo. MacIntyre escribe: “El emotivismo está incorporado a nuestra cultura. Pero como es natural, al decir esto no afirmo meramente que la moral no es lo que fue, sino algo más importante: que lo que la moral fue ha desaparecido en amplio grado, y que esto marca una degeneración y una grave pérdida cultural“ (MacIntyre, 2007, 22). Lo definió como la doctrina según la cual los juicios de valor y, más específicamente, los juicios morales no son más que expresiones de sentimientos o preferencias meramente subjetivos.

Uno de los resultados de esta forma de pensar es la dificultad para que una sociedad concorde con lo que es el bien o a diferenciar lo necesario de lo superfluo y lo justo de lo injusto. Es una crisis moral que vive y corroe a nuestra sociedad. El emotivismo filosófico se ha traducido en la cultura hegemónica actual, la cultura de la desvinculación en diferentes convicciones unidas por aquel denominador común y prácticas sociales y políticas.

La Ley Trans, en tramitación en el Congreso, constituye en este sentido un estadio superior de esa particular visión de la realidad humana, marcada por el imperio de las pasiones del deseo y su realización como el máximo hiperbien del ser humano. Si uno no se siente a disgusto con su naturaleza, lo primero que debe hacer es cambiarla sin detenerse a considerar si su percepción, sus emociones con relación a su cuerpo, están o no equivocadas, como sucede con otras percepciones de la realidad, en las que el error radica en nuestra forma de sentirlo y no en la realidad objetiva que existe.

La ley Trans consagra el principio de que basta la autoderminación sobre la naturaleza del propio cuerpo para cambiar su naturaleza jurídica y transitar de mujer a hombre, o viceversa, negando toda atención que pueda apreciar con mayor objetividad la cuestión, la de los médicos en concreto, ni tener necesidad de acreditar la solidez y estabilidad de este otro sexo sentido, distinto al cuerpo propio existente.

Lo que prevé la Ley a partir de este principio es terrible en cualquiera de sus dos posibilidades: la de transitar a otro sexo, sin cambios en la naturaleza que se posee, lo cual es fuente de abusos sin fin y caos en el funcionamiento de la sociedad. La otra es hacer este tránsito mediante un duro itinerario de alteración bioquímica y por medio de la cirugía de nuestro cuerpo, hasta un nivel en el que la vuelta atrás es prácticamente irreversible o causa daños extraordinarios. Es necesario que la persona, más allá de su criterio, disponga de sólidas bases para asegurar que el cambio de sexo es la respuesta a su problema, y esto no solo no preocupa a la ley, sino que niega su necesidad.

Por otra parte, como critica un sector del feminismo, el transfemenino, posee en la mayoría de casos componentes masculinos debido a los muchos años que ha vivido bajo esta condición. Esto confiere ventajas extraordinarias en el deporte, donde una mujer trans siempre tenderá a obtener mejores resultados que una mujer natural.

La ley es una aplicación de la ideología queer a la política, como lo fue la ley contra la violencia de género y del feminismo de género, con Zapatero. Pero ahora, con este cambio legislativo esta perspectiva pierde su sentido porque no existe tal mujer. De la misma manera que un agresor causante de muertes y que resultó gravemente herido en su detención por la policía de Cataluña, pidió la eutanasia antes de que lo juzgaran, la nueva ley permite que un agresor de su pareja transite a mujer y no necesita el permiso de nadie para someter a una brutal contradicción toda la legislación sobre violencia de género.

Lay trans antepone el sentimiento subjetivo a la verdad, porque no reconoce la realidad. El daño que esta idea genera va mucho más allá de la propia ley, como la idea de matrimonio homosexual trastoca radicalmente la idea de matrimonio entre un hombre y una mujer, porque su naturaleza y fin deja de ser el que era.

Es particularmente dañino que la norma legalice el tránsito en menores de edad, ocasionándoles un daño potencial irreparable. Es una brutalidad tan extrema como la mutilación genital que se practica en algunos países musulmanes, aunque se dé el consentimiento de la menor. De esta manera, se pretende, y lo mismo sucede con la nueva ley del aborto, y abre el camino a la pedofilia, que puede basarse en el mismo principio de autodeterminación del menor. El papel de los padres y su autoridad va siendo desarticulado a través de diversas leyes dictadas por el gobierno Sánchez.

Existen evidencias científicas sobradas de que estas transiciones en adolescentes terminan en gran medida en fracaso, porque lo que había previamente es una confusión sexual fruto de la edad y no una real necesidad de ajustar el cuerpo a su percepción. En otros términos, el emotivismo, al situar la emoción como norma suprema, se carga los presupuestos del pensamiento científico. Como señala MacIntyre, pertenece a la tercera fase de la historia de la filosofía, como resultado de los desacuerdos interminables a que condujo la segunda, la de la Ilustración y la modernidad. La Ilustración y modernidad van siendo liquidadas a manos de quienes se autodenominan “progresistas”, a pesar de que sin reconocimiento de la verdad  y asunción de los resultados de la ciencia ese “progresismo” es inviable.

Las crisis en las que vivimos crecen y crecen, generando contradicción y desorden, daños y sufrimientos. ¿Cuándo le pondremos fin?

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