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Reconocer la realidad del mundo para transformarla. ¿Qué obras hacéis, católicos?

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Es una evidencia que sin reconocer la realidad no podemos transformarla, de la misma manera que sin diagnóstico correcto no hay curación. Y transformarla, además, en el sentido del mandato de Jesús, que viene a curar a los enfermos, que de hecho somos todos, y que por tanto nos manda no quedarnos satisfechos en nuestros reductos, convencidos de nuestra sabiduría y salvación, y nos manda ir al mundo a iluminarlo, a ser fermento, en vez de quedarnos encerrados en la alacena. Con palabras distintas, los papas han insistido una y otra vez sobre ello, desde la Nueva Evangelización de Juan Pablo II a la Iglesia en salida de Francisco. Y esto ha entrañado nuevas y positivas realidades, pero aún hay demasiado encastillamiento con un sustrato nada bueno, porque en su trasfondo late una cierta soberbia, consciente o no, pero soberbia, de quien se sabe en poder de la verdad y vive tranquilo confinado con ella, en lugar de desvivirse para presentarla allí donde no está presente.

Un ejemplo concreto de todo ello son las Universidades católicas. Hay tantas que la búsqueda en Internet arroja resultados distintos según la fuente, y esto ya es un indicador de algo.  Hay algunas que ciertamente son fermento y se ocupan de incidir en la sociedad, pero hay otras más que viven auto referenciadas en el contexto católico sin vocación de aportar todo su conocimiento al servicio del proyecto cultural cristiano.

En España hay un gran número de universidades católicas y, por consiguiente, de académicos, de profesores, pero su presencia pública como voz cristiana es muy reducida. No hay prácticamente voces cristianas en los debates morales, culturales y sociales. No hay iniciativas que se proyecten a la sociedad. Entonces, ¿en qué queda el bagaje cristiano? ¿Por qué siendo tan grande tiene una proyección tan pequeña?

¿A quién corresponde abordar estos desequilibrios? A todos los implicados ciertamente, pero a unos mas que a otros. A los profesores y catedráticos, a los doctores, porque sus conocimientos han de traducirse en testimonio, presencia, iniciativa.  A sus autoridades académicas, cancilleres, rectores decanos, responsables departamentales, rectorados, porque pueden orientar “en salida” su tarea. Lo mismo que los presidentes y patronatos de las fundaciones de quienes dependen y, como no, de los obispos de cada lugar que puede incentivar y pedir una mayor implicación de la universidad en la evangelización y el proyecto cultural y en la formación de líderes. La tarea es inmensa porque las disponibilidades son muchas y las realizaciones insuficientes.

Y aun hay un paso más decisivo. Es el de la comunicación. La formación de una gran corporación de medios de comunicación católicos en su distinta índole que, manteniendo sus respectivas especificidades, comparta recursos para generar sinergias que potencien el alcance del conjunto; también un mejor uso de estos medios. El hecho cristiano para una sociedad que busca su sentido, para multitud de personas que buscan espiritualidad, auto realización, vida sana y natural, la respuesta cristiana tiene mucho que decir y sobre todo que mostrar, con realidades, hechos, experiencias concretas. Identificar lo que el mundo pide porque carece de ello y dárselo desde la experiencia cristiana, por una parte, y por otra, presentar el relato informativo de la realidad, no desde el alineamiento partidista, sino desde la perspectiva cristiana, abre un mundo de posibilidades informativas y de opinión, que solo requieren salir de lo trillado para realizarlas. Y si a esto le unimos la articulación con el potencial universitario católico, que está por descubrir y mostrar, viviríamos una gran transformación que supondría salir del rincón al que cada vez están más confinados el catolicismo y la Iglesia en nuestra sociedad.

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