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Sobre la existencia de Dios, argumentos para una cultura de la posverdad (II)

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Cuentan de un novicio de monje oriental que le hizo esta pregunta al maestro, que le llevo a un torrente y le sumergió la cabeza en el agua. El aprendiz daba síntomas de asfixia e intentaba sacar la cabeza. Entonces, el maestro le dijo: “Cuando necesites a Dios como el aire debajo del agua, entonces lo encontraras”.

Lo encontramos cuando estamos saturados, cuando no podemos más. Pero también cuando estamos en éxtasis, llenos de amor. En el fondo, al ir descubriendo la grandeza de nuestro ser, llegamos a Dios. Si estamos focalizados en lo fáctico, no podemos llegar a lo espiritual. Es un salto al misterio. Vemos a Dios en las cosas sencillas, en el canto de un pájaro o la sonrisa de un niño y sobre todo cuando llega el amor que nos hace palpar ese algo divino.

Pero: ¿podemos hablar de Dios con la razón, o sólo con el corazón o de un modo experiencial, que es el mundo de la fe?.  ¿Cómo encontrar a Dios con la razón?

Una premisa previa: la existencia de Dios no es demostrable, es razonable, explicable con la razón, con limitaciones. Son aproximaciones que le proporcionan a la inteligencia el derecho a aceptarle, pero no se demuestra como las leyes físicas. Si nos parece que entendemos a Dios, eso no es Dios, pues ya hemos dicho más arriba que no es entendible para un ser limitado como somos. Entendemos un poco a los demás, y al mundo físico un poco también…

El Dios que conocemos sin principio ni fin, creador de todas las cosas, no puede ser una cosa fatua y emocional. Hay una exigencia natural de conocer al verdadero Dios, que supera el tiempo y el todo, que nacemos con sed de conocerlo y verlo y muchos se apartan cuando les enseñamos un Dios que no es razonable, que no es correcto. Vemos que la fe es razonable, pero sobre todo quería subrayar ahora que es una intuición universal que nos predispone al acto de fe, a decir “creo en ti, Señor” y que es razonable plenamente.

¿Puede demostrarse que Dios está ahí, sin tener o practicar una fe religiosa, sin ser sujeto de un milagro, sólo por la lógica del razonamiento? 

La respuesta es: Sí, es posible. Chesterton decía: «Denme cualquier cosa de la naturaleza que me servirá de punto de partida para una vía hacia Dios». No es ahora momento de repasar las vías o caminos para esa razonabilidad de la existencia de Dios, se ha hablado mucho de ellos (san Anselmo, santo Tomás de Aquino, etc.).

Algunos no necesitan de razonamientos y aceptan la existencia de Dios pacíficamente, sin problemas, siendo algo tan natural en su vivencia cotidiana como el sol o las estrellas. Pero también hay argumentos sobre las causas, son por así decirlo cosmológicos. Voltaire las simplificó diciendo que si hay un reloj tiene que haber un relojero, si hay universo tiene que haber un creador. La genealogía nos hace ver que un hijo recibe la vida de sus padres, y estos a su vez de los suyo, etc., etc. (nadie se da la vida a sí mismo); un árbol nace por su semilla, que procede de otro árbol y de otra semilla, etc. (ningún vegetal nace sin semilla) … alguien ha dado potencialidad a esas formas de vida.

La ciencia empírica no es la única. A eso le llaman los ojos de la carne, el medir, que dio lugar a la ciencia moderna. Pero fue necesario acudir a los ojos de la razón para interpretarlo todo, digamos las matemáticas y la filosofía. Y también (aunque aquí no la tratamos en toda su profundidad) están los ojos del alma, la espiritualidad.

Del mismo modo que una física sin razón (matemáticas) no es posible, una fe sin razón tampoco no es posible. Los tres ojos del conocimiento son importantes y se ayudan, y así los ojos del alma van más lejos, llegan más alto, más rápido a las cosas, de la mano de la fe. Al igual que los ojos de la razón (y del cuerpo) irán mucho mejor con la ayuda de los ojos del alma. Son como las dos alas para volar, la razón y la intuición (y con la fe no digamos: el instinto del espíritu Santo está por encima de la razón, llevándola mucho más lejos).

La eterna pregunta que el ser humano se ha hecho en todos los tiempos y que no pasará de moda es “¿quién soy yo? ¿de dónde vengo? ¿a dónde voy?”

La pregunta incluye el sentido de la vida y el sentido de trascendencia que sentimos de forma innata, que se formula de formas diferentes según las etapas de la vida. Es una tendencia a buscar la felicidad sin límites.

Podemos hablar de una revelación general que está en todas las cosas, como dice s. Pablo: “desde la creación del mundo, la invisible naturaleza de Dios, es decir su poder eterno y divinidad, se han percibido claramente en las cosas que han sido hechas” (Carta a los Romanos 1, 20). Y hablamos también de una revelación especial que culmina en Jesús de Nazaret, que no sólo es mística sino auténtica filosofía.

En el Antiguo Testamento el hombre es oidor, está a la escucha, y se ilustra esa fe que es de cumplir la voluntad de Dios, con un encuentro que la tradición judeocristiana tiene con los griegos, que aporta una racionalidad muy profunda: el “conócete a ti mismo”: “noverim me, noverim te”, se añade a la “escucha de Dios”, con lo que se junta racionalidad y obediencia a Dios.

Los primeros filósofos cristianos dirán: en la medida que me conozco, conozco a Dios, y en la medida que conozco a Dios, me conozco. La fe es racional, completa la razón. Así como las gafas completan la visión del que tiene miopía, así nos da alas la fe para ver más. Si no tengo buena visión no será porque las gafas no ayuden, sino porque están mal graduadas, o bien tengo un obstáculo en el ojo. Defecto en el ojo es el racionalismo, defecto en las gafas es el fideísmo o voluntarismo.

Conocemos a Dios porque somos seres divinos, y descubrimos quién somos realmente a través de la humildad de la oración, que es la escalera que nos lleva a ese Dios que está en el cielo y en nuestra conciencia (haciendo alusión a la escala de Jacob bíblica). La mente nos puede ayudar a subir a amar a Dios con todas nuestras fuerzas, con toda la mente, con toda el alma.

Con la excepción de Epicuro, no hay pensadores ateos hasta la época moderna

La historia corrobora esa fe en Dios en todos los tiempos: es un consenso universal en el pensamiento humano, desde el paleolítico hay creencias en lo sobrenatural, hasta hoy más de 80% de la población. La religión para los antiguos lo envolvía todo. Con la excepción de Epicuro, no hay pensadores ateos hasta la época moderna. En Grecia hay multiplicidad de divinidades (que personifican poderes y habilidades), sirve para la ilustración de lo que será ahora la cultura europea, que es de raíces cristianas además de judías griegas y romanas, etc.

En África casi todas las personas creen en Dios. En Oriente hay en el hinduismo como dos líneas, la de un dios personal que enseña Krishna con el Bhagavad-gītā, y otra línea impersonal: la advaita Vedanta, en el que la realidad es un dios sin cualidades. Pero la misma teoría de la reencarnación que algunos profesan no es un dogma absoluto sino una creencia oriental relativamente reciente, un dogma relativo, pues el dogma absoluto que todos ellos tienen es el de una resurrección a la vida eterna.

Luego llegó la concepción de una ciencia mecanicista que culminó en el siglo XIX y que ya está obsoleta. Pero hemos de quitar todavía muchas creencias limitantes a nuestras creencias, por ejemplo, deconstruir la imagen antropomórfica de un dios que se ofende y castiga. No es Dios un ser vengativo y castigador, celoso y juzgador, que tiene sus pueblos preferidos (llámese judío o cristiano), que es capaz de ser bueno y al mismo tiempo condenar al sufrimiento eterno. Son ideas antropomórficas falsas que son la limitación de la analogía, pero no pero que muchos han sido limitativa hasta descartar a Dios.

Hay quienes se declaran incapaces de demostrar dicha existencia con su razón -son los agnósticos-.

No afirman ni niegan la existencia de Dios, tan sólo consideran imposible llegar a una evidencia y, estimando absurdo discurrir sobre cuestiones irresolubles, dicen haber eliminado el problema de Dios de entre sus preocupaciones. Entre éstos no faltan los que, a pesar de todo, se declaran creyentes, ya que para ellos creer o no creer es algo más sentimental que racional.  Palabra que invento Huxley en 1869.

Y decía Tierno Galván que “Dios no abandona nunca a un buen marxista”; en la película Los lunes al sol, cuando le pregunta un borracho al otro: “¿crees en Dios?” y le contesta: “lo importante no es si tú crees en Dios, sino si Dios cree en ti”, lo cual quiere decir que el director sí que ve a los clásicos.  Dios perdonará como en la cruz a los que no saben lo que hacen, que es por su ignorancia de no creer en Dios, pero si va con recta conciencia ya lo ha encontrado. Pues él no obliga, dice “si quieres” … está como al otro lado de la esquina, nos encuentra él. Freud dirá que el subconsciente humano no puede no pensar en la inmortalidad. Aún así, encontramos a personas como Spinoza y Einstein que difuminan esa existencia personal hacia una divinidad o misterio impersonal.

El problema del mal

Ha causado mucha incredulidad la pobre respuesta que se da muchas veces al misterio del mal. Dar respuestas equivocadas no ayuda. Para John C. Polkinghome, el mal y el sufrimiento son el coste de la autonomía, es lo que T. de Chardin, dice: Dios crea y deja que la creación se haga a sí misma (ya citado). El mundo se encuentra en una creación continuada. Y en este proceso hay cáncer como error en una devolución de las células, coste de la creación que se le permite hacerse así misma. Es pobre esta explicación. Pero muchos dicen que Dios está detrás de la creación y que por tanto en el fondo quiere las cosas… aunque la teología dirá que no permitiría Dios el mal si no fuera porque por caminos que desconocemos lo reconduce todo hacia el bien (algunos como Tomás de Aquino dirán “un bien más grande”), y se habla de un “felix culpa”, feliz culpa que nos mereció la redención de Jesús ante el pecado de Adán… a pesar de todo no encontramos razones para los campos de concentración, para el dolor de los inocentes.

Muchas veces se ha puesto el ejemplo de un tapiz que tejemos en la vida, lleno de nudos y deformidades por el lado del patrón, cuando en realidad por el otro lado que todavía no vemos es una belleza preciosa. También habla de esas perspectivas la imagen del elefante: Reunieron a muchos ciegos ante un elefante preguntándoles qué pensaban que era aquello. Uno toco la trompa y dijo que era un árbol, otro la panza y decía que era una colina pequeña, otro el rabo y una serpiente,
otros las piernas y dijo que era un tronco de un árbol… de las grandes cosas sabemos poco y de Dios casi nada. Como en la caverna de la alegoría de Platón, no vemos más que de modo muy limitado.

¿Dios envía enfermedades?

Es una pregunta que nos hacemos dentro de las limitaciones de nuestro razonamiento, en el que no cabe que si Dios es causa únicamente de Bien perfecto, quiera lo malo. Hay quien afirma por el contrario que Dios jamás envía enfermedad, accidente, tentación, ni muerte; ni tampoco autoriza estas cosas. Dios, el Bien, no puede causar sino Bien. Una misma fuente no puede producir aguas dulces y amargas.

Desde Epicuro, el problema del mal es “la roca del ateísmo”. Pero un mundo en evolución implica catástrofes, una vida limitada implica dolor y muerte, y la libertad finita no puede estar sin errores ni culpas. Igual como no puede haber un círculo cuadrado, no puede haber un universo finito-infinito. Se disuelve la sospecha de que Dios es malo o impotente. Como el cuadro necesita del negro para realzar los colores claros con la oscuridad, el tapiz es el diseño de la creación que tejemos en la historia.

La fe no entra en el misterio de modo racional sino mostrándonos algo que es razonable, pero que va más allá de la razón: Cristo nos salva, muere y se rompe la maleficencia del mal, pasa a ser glorificación, en esta puerta se abre la redención matando la muerte, lo que era malo es ahora camino de cruz, incluso el mal se engloba dentro de la ignorancia o falta de bien, y es motivo para la salvación. En la obra de C.S. Lewis Las crónicas de Narnia se habla bien de ello.

Cerebro y pensamientos

Dicen que estaban un astronauta y un neurocirujano muy reconocido, discutiendo sobre la existencia de Dios. El astronauta dijo:” Tengo una convicción, no creo en Dios. He ido al espacio varias veces y nunca he visto ni siquiera un ángel”. El neurocirujano se sorprendió, pero disimuló. Luego de pensar unos instantes, comentó: Bueno, “he operado muchos cerebros y nunca he visto un pensamiento”.

La física ya nos dice que lo que se ve (estructura atómica) es un 5% del Universo, luego hay más de un 30% de materia oscura (que no sabemos qué es) y la mayor parte de la masa del Universo, más de un 65% de energía oscura, que no tenemos ni idea de si se trata de algo de nuestra dimensión o de otras… Lo que vemos es sólo un 5% del Universo y eso que el 98% de ese 5% es hidrógeno y helio, que son difíciles de ver…

En este contexto de lo que no vemos, William James, hermano del literato, en 1901-2 escribió sobre la experiencia religiosa, comienza hablando de “religión y neurología”, se ha visto que los que meditan son más felices, viven más. Jung dice que todos los pacientes psíquicos adolecen de la falta de aceptación, de abandono en Dios. Señala que el mundo visible es parte de un universo más espiritual; que la vida es un viaje de vuelta a casa después haber salido para aprender, de tener paz a través de la comprensión de amor.

Podemos decir que la mente no es creada por el cerebro sino al revés, la mente configura al cerebro, siendo la mente algo no local, el alma la contiene. Y podemos hablar de cierta energía que fundamenta muchas cosas. La misma palabra que en occidente llamamos gracia, en la iglesia cristiana de oriente la denominan energía.

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