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La razón del Sr. Messerschmidt y mi razón

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Mi querido Sr. Juan Messerschmidt: Es para mí un honor la oportunidad que ForumLibertas me concede de poder expresar mi más emocionante reconocimiento a mi querido Papa Francisco −un auténtico líder− por el acierto de aceptar esa entrevista de la que tanto se viene hablando; y en concreto, poder hacerlo rebatiendo en respuesta a usted, querido amable seguidor de mis artículos y de quien aprecio en mucho los suyos en general.

Siento que por esta vez no pueda contar con un comentario suyo halagador de mis palabras. Sea como fuere, intentaremos entre todos honrar el calificativo de “fórum” del diario.

Ya en mi primer artículo que usted rebate (“¿SuperPapa o Supermán?”, de crítica a aquel Editorial del diario a que nos referimos) me expresaba así, y me reitero en el segundo (“Así responde Francisco”), en que analizo la entrevista, pues desde siempre le reconozco a ForumLibertas la determinación en esta providencia a su línea editorial. Por eso, vamos a debatirnos sobre dónde encontramos la Verdad en este afer.

Un motivo emocionante

En la crítica que usted me dirige afloran cuatro nombres: el Papa Francisco, el periodista Jordi Évole y yo; usted aparece en medio como atizador de avispas. No voy a hacer un panegírico de una persona con la que no comparto la filosofía de vida −como es el periodista en cuestión−, pero sí reconoceré y defenderé (o eso intentaré) las obras buenas que como todo ser humano puede llegar a realizar. Y por supuesto, valoro en mucho su disposición a sentirse iluminado −¿por qué suponer que es algo postizo como usted insinúa?− por una persona de la trascendencia del Papa, con quien tampoco comparte demasiados postulados de vida.

En esa línea, baste decir que una persona es muy libre de no sentirse inspirada por el Papa, que es un ser humano como todos nosotros, y no es un ser divino intocable y sin tacha. Por tanto, me centraré en la virtualidad, explícitamente expresada por Évole, de sentirse inspirado por el Papa, y por tanto, desde entonces, una realidad que les envuelve, tanto a ellos dos que se relacionan, como a nosotros que en medio nos debatimos.

Jordi Évole es libre, y por este motivo acertará y se equivocará, como todos nosotros. Por eso, me parece encomiable y digno de respeto que diga que se siente “inspirado” por el Papa. No me parece, por tanto, motivo para que se me critique el reconocerle, y menos con la vena con que usted lo hace. Por eso, voy a explicarme para defender mis dos artículos que usted tan visceralmente critica, tratando de dejar patente que el Papa Francisco es un maestro de los gestos y las palabras, siempre con el tono en ralentí poniendo al otro por delante de su yo, porque sabe que “el amor vence siempre”, como gustaba repetir san Juan Pablo II.

En efecto, es extraordinario que reconozca esto en público una persona que vive en las antípodas de quien llega a afirmarlo (en este caso, Évole del Papa). Usted me critica que lo defienda como un trofeo para Évole (eso de “trofeo” es palabra de usted), cuando en realidad todos sabemos que para cualquier persona de bien lo es estar en paz con los demás, sean del credo que sean. Ese mérito se le puede reconocer tanto a Évole como al Papa. San Pablo recomienda: “Vivid en paz con todos los hombres” (Rom 12,18) y “Obedeced a los que os gobiernan y someteos a ellos” (Heb 13,17).

La conversión de una persona puede surgir y surge habitualmente de una leve chispa o sucesión de chispas de acontecimientos o ideas inesperados y con los que Dios omnipotente muestra su poder transformador, “porque puede sacar hijos de Abraham de estas piedras” (palabras de Juan el Bautista, en Mt 3,9). Desde una leve sintonía como la que nos ocupa puede desarrollarse toda una evolución hacia la aceptación y hasta defensa del cristianismo, con una conversión que puede llegar a ser incluso espectacular y con un desarrollo posterior ejemplar, hasta a ofrecer la propia vida. Casos ha habido y se dan constantemente. Promovámoslos.

Por otro lado, no me negará usted que una persona cualquiera tiene derecho a sentirse orgullosa hasta de una mera selfi con el Papa, porque la Plaza de San Pedro muestra infinidad de ocasiones en las que sucede. Si además, consigue que el Papa se deje entrevistar en las circunstancias del documental y teniendo en cuenta aquellas en que se sume nuestro mundo, es del todo premiable… y alentador.

Llevando este razonamiento al extremo, ¿acaso una persona no puede afirmar que se siente inspirada por el único Dios Todopoderoso? Yo mismo me siento inspirado por Dios a defender al revolucionario Papa que nos ha regalado, con el fin de que usted y otros como usted no le malinterpreten a él ni me malinterpreten a mí, cuestión tan fácil en una exposición pública como la que nos ocupa. “Trabajo y lucho fortalecido por el poder de Cristo que obra en mí”, afirma san Pablo (Col 1,29).

Nuestro desafío

A todo no creyente, podemos hacerle respetar −si tiene buena disposición y nosotros también la mostramos− que para nosotros otra persona como es el Papa sea el representante de Dios en la Tierra. Pero es importante observar que debemos aceptar la realidad de que para Jordi Évole y los suyos, el Papa no es más que un abuelo afable. De hecho, es una realidad que debemos asumir (lo cual no quiere decir aceptar) para poder cambiarla.

Yo en ningún punto de mis dos artículos afirmo que el documental sea el mejor, pero sí que está muy conseguido en muchos sentidos por ambos lados, y amplío ahora mi razonamiento de que es una baza que debemos saber jugar si queremos ganar la partida, porque nuestro mundo actual está basado en la imagen. Y tenga en cuenta que la televisión es imagen en esencia, por lo cual la emotividad que explota Disney+ y que a usted lógicamente tanto le preocupa (y con razón) le es inherente. Eso lo sabía el Papa Francisco antes de someterse a la entrevista de Évole, y probó a aplicarse. Quizás la próxima vez lo haga aún mejor.

Usted me sonsaca muy contundente y con ironía manifiesta eso de que tenemos las periferias entre nosotros, que es una realidad de nuestro día a día, y que “quien no lo vea es porque no quiere”. Tiene usted toda la razón, pero le pido que no me haga escribir una enciclopedia: esto es un artículo, y hay que sintetizar por algún lado.

Porque mire usted. Todos sabemos también “lo bien que vivimos” (palabras mías), pues basta que usted ahora abra sus ojos para observar el triste espectáculo de todos esos que viven día y noche una doble vida tan cómoda, arrellanados en su sofá ante la televisión, chupando sexo, droga y rock-and-roll. Si no “vivieran demasiado bien” como yo afirmo, no lo harían, se lo aseguro: saldrían a matar.

Habrá constatado que este es un signo de nuestro tiempo que destaco en numerosos de mis artículos en el diario (mínimo uno a la semana desde marzo de 2015), en que critico el lastre que nos supone vivir en nuestra sociedad opulenta inmersos en el entretenimiento y “la burbuja” que usted también tan acertadamente denuncia en su artículo. Burbuja de bienestar.

Yo mismo me considero −con mis penas y mis glorias− afortunado con la vida que llevo, y perdóneme, pienso que usted también. Digamos que somos de los que estamos resistiendo (aún) el temporal. Porque está claro que no son los indigentes y drogadictos de la calle que usted pregona los que habrán visto el documental o leído nuestro rifirrafe, sino más bien personas que tienen cierta situación acomodada. ¿No acepta usted que eso es ya “vivir muy bien”?

Respecto a no poder escribir una enciclopedia (que tampoco sabría), le diré que en ningún momento tampoco he dicho que mi análisis sea completo. Más aún, en el primer artículo digo “haremos a grandes pasadas […] un vuelo de pájaro”, y en el segundo “un análisis a vista de pájaro que nunca acabará de concluirse”. Ni el suyo, Sr. Messerschmidt, lo es, ni le exijo que lo sea: tenemos que ceñirnos a nuestros respectivos argumentos, y desde ahí avanzar.

Piedra de tropiezo

Dicho esto, le diré que no parece que se haya leído mis dos artículos con suficiente detenimiento, puesto que estamos de acuerdo en muchos puntos que por tanto no voy a rebatir, pero usted se limita a criticar, pues da mucho nuevo material, mucha paja y ampliaciones sobre palabras mías de lo cual mucho me parece cierto, pero que no prueba nada, ni invalida ni agota mi argumento: son pruebas inconsistentes, mera reproducción de párrafos enteros con un cuestionamiento que no se ciñe al argumento que debatimos en sí, y así pierde usted casi toda la razón.

¿Qué aporta si los chicos están sentados en sillas como afirmo yo (hablando en genérico, para abreviar), o si uno está en el suelo como declara usted? Usted se limita a hacer crítica destructiva, y con ello pierde buena parte de la razón. ¡Hasta insinúa que los productores han manipulado los rayos y truenos de ese día nublado!

Y ¿qué hay de mi estimación de relacionar el adoctrinamiento LGTBI en Disney+ con su pérdida de valor accionarial? No soy el único que lo dice (aunque todavía no tengo IA). Aunque no me engaña usted al asegurarme que el mundo va hacia la aceptación de esa ideología (sic), tenga en cuenta este motivo como para que en Disney+ se esté perdiendo terreno ahí, pues es un hecho que tras anunciar la cadena a bombo y platillo que se sumaría al adoctrinamiento, va perdiendo. Puede que sea porque la mayor parte de los suscriptores son familias con niños. Es una hipótesis que usted podría investigar si le interesa. A mí me tiene sin cuidado, y no forma parte del núcleo de mi defensa del documental del Papa.

Otro episodio está en demostrar si tiene razón usted o la tengo yo sobre mi afirmación en el segundo artículo de que son chicos de veintitantos años, “edad en que se va adoptando cierta perspectiva en la vida, perfilando un cierto espíritu crítico, más basado en la experiencia probada que en lo que se saca del grupo”, o si es cierto que son maduros o no. Sabemos que cada caso es cada caso, pero en general, ¿se ha fijado usted la independencia feroz (certera o no certera) de los jóvenes de hoy? (Entre ellos me incluyo yo cuando pasé por ello, y a mis sesenta, sintiéndome más joven que nunca, sigo defendiéndola a toda costa).

Por tanto, hay muchas cosas que dice en las que estamos totalmente de acuerdo. Pero insisto en que usted se queda en la mera crítica, porque está claro que mi argumento es que el Papa escucha, y el de usted es que no le gustan las que denomina “apariciones públicas” del pontificado de Francisco. Y en eso se queda su circunvalación: no va a la raíz, se queda encantado en las hojas, y con ello no está probando usted que yo no tenga razón, sino más bien que su crítica es bastante gratuita. De hecho, si no comprende al Papa Francisco, menos espero que me comprenda a mí que soy un bicho raro.

Eso sucede, por ejemplo, cuando usted afirma que el médico a veces ha de amputar. Pienso que (objetivamente) todos estaremos de acuerdo en que es mucho mejor que el Papa no amputara en público, en vivo y en directo, a todos esos chavales (no me haga puntualizar también que hay chavalas) echándoles en cara su vida, sino que los escuchara, sabiendo que los escucharíamos a todos ellos nosotros. Es el ejemplo que digo que nos está dando el Papa con esa entrevista: la escucha, una Iglesia en escucha. Para que nosotros hagamos lo mismo. También los señoritos como usted y como yo. Y quede claro −repito ahora lo que destaco en mis dos artículos− que el Papa da a casi cada uno de esos chicos su impresión, pero lejos de toda contundencia que la televisión agrandaría. −¿Y si el Papa se ha citado con ellos por separado?

Más “pruebas” que usted presenta

Para probar la que es su oposición visceral al acierto de las que llama “apariciones públicas” del pontificado del Papa Francisco en bloque, se contenta usted con sacar el dilema que en su momento causó el caso de la afirmación del Papa del “quién soy yo para…”. Respecto a eso, le diré lo mismo que defiendo de alguna manera en los dos artículos (por si no lo recuerda), pues el Papa Francisco gusta, en toda intervención, de ponerse a la escucha para intentar comprender la esencia de lo que puede ser la raíz que alimenta a su interlocutor, para, desde ahí, argumentar posteriormente, lo menos contundentemente posible para no ser tildado de fanático (calificativo que muchos nos atribuyen a los católicos, aunque uso esta palabreja aquí con la venia). ¡Una cosa no quita la otra!

Como se afirma en el extraordinario libro Cómo defender la fe sin levantar la voz (que les recomiendo a usted y a nuestros lectores), los autores defienden que el Papa Francisco es “el Gran Reformulador”, y lo prueban con estas palabras, en relación precisamente al “quién soy yo para…”: “La gente no había escuchado antes este mensaje de labios de la Iglesia. Habían oído hablar de juicio, no de misericordia. Habían escuchado explicaciones nítidas de que el sexo estaba reservado al hombre y a la mujer unidos en matrimonio, y que las tendencias homosexuales eran ‘intrínsecamente desordenadas’. Pero habían pasado por alto los mensajes de bienvenida y aceptación. Fueron pocas palabras, con las que Francisco no añadió nada a la doctrina de la Iglesia, pero levantó la barrera que le impedía ser oído, y obligó al receptor a revisar sus ideas preconcebidas sobre la Iglesia. Eso es ‘reformular’. Francisco lo llama ‘proclamación en clave misionera’” (Cómo defender la fe sin levantar la voz. Austen Ivereigh y Yago de la Cierva. Ed. Palabra. Madrid, 2016).

En esa línea, añadiré (una vez más, tras mis dos artículos y otros que encontrará usted en mi historial del diario) que observo que el Papa Francisco (como ha expresado él explícitamente de muchas maneras) pone la persona por delante del mensaje, y cuando su mensaje es mal interpretado por incompleto o desconcertante (e incluso confuso), lo matiza.

Sobre este punto, le diré que eso es lo que quise decir en mi segundo artículo con que “el Papa Francisco es un espíritu libre con visión larga y aparentemente poco profunda, amable y que piensa despacio porque lo calibra todo, y así es cómo acaba viendo lo que otros no ven… o quizás se confirma lo que previamente intuía. Entonces será el momento de la reelaboración y la meticulosidad en escoger palabras que le caracteriza cuando escribe, para finalizar colocando la guinda sobre el pastel”. Él dice que eso lo hace por caridad, y porque todo ser humano es un hijo querido de Dios.

Acerca de todo ello, le citaré algunas palabras de Jesús en el Evangelio de Juan: “Me llamáis El Maestro y El Señor, y decís bien, porque lo soy. Pues si Yo […] os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros”, “Os he dado ejemplo […] para que vosotros también lo hagáis” (Jn 13,13-15).

No entiendo muy bien que con todo el arsenal visceral que usted me dispara, incluso me reconozca que mis opiniones “son muy interesantes y respetables, pero muy mías y subjetivas”. ¿Acaso las suyas no lo son? Su crítica, Sr. Messerschmidt, no deja de serlo, como corresponde a todo artículo de opinión que se precie: no estamos dando una noticia en el telediario.

En cuanto al poder de las palabras, le citaré algo que destaco en mi libro Las Decapíldoras de la Comunicación Disruptiva (DCD) −que me permito recomendarle−, inspirándome en el Papa Francisco: “Vemos que también estamos creando transgénicos verbales, yendo en contra de lo que podríamos denominar ‘ecología verbal’. Porque −como proclama el Papa Francisco en toda la encíclica Laudato si’−, hay una ecología integral que es la que lo engloba todo en todo. Y tenemos que respetarla. Si no, nos aniquilaremos. Y hacia allí vamos…” (edición en catalán con el título Les Decapíndoles de la Comunicació Disruptiva (DCD). Jordi-Maria d’Arquer. Ed. Carena. Barcelona, 2021).

Lo que no es aceptable

Respecto a lo de que “no es aceptable” que yo diga la frase “Jordi Évole ha osado agitar el coco, el Papa Francisco ha sido valiente de abrirlo”, le diré simplemente que no me negará usted que eso sea literalmente de esta manera: que el Papa ha abierto el coco. Si no fuera así, no estaríamos discutiéndolo. Lo mismo sucede con la Verdad: si estuviera tan clara, no la discutiríamos.

Por eso le agradezco que me lea y que me cuestione: estamos intentando entre los dos (y con aquellos que nos lean) a ver qué hacemos todos en la encrucijada en que nos hallamos. No sé si es que quizás simplemente me está diciendo que no trate al Papa como (palabras suyas) “un futbolista o un torero […] porque hablamos de lo más serio que hay”, pero a mí no me parece ninguna falta de respeto, sino una frase ingeniosa y chispeante con la salsa del documental. Como usted sabrá, en esa línea van todos mis artículos, y que en ellos me permito muchas licencias que caracterizan mi particular estilo desasido, pero siempre respetuoso. No me diga que no. Se pone usted muy visceral en el ataque que me propina, Sr. Messerschmidt, no hay para tanto; y se equivoca usted. Quizás le faltaría un poco de sentido del humor…

Por este motivo, pienso que es más importante que nunca que vayamos de la mano caminando hacia una profundización del mensaje de Jesús, como lo es para el Papa Francisco, tal como demuestra con sus declaraciones y su pontificado entero. Es más importante esto que no ir sembrando discordia criticando al Papa, como denuncia la parábola del trigo y la cizaña (Mt 13,24-30), haciendo dudar a otros con su testimonio demoledor; y quien lo haga deberá rendir cuentas ante el Juez Supremo. ¡El Papa sabrá qué y por qué lo hace! ¡El Papa es el Papa: el representante de Dios en la Tierra! (Estará usted de acuerdo conmigo en que es la persona más bien informada del planeta). Por tanto, debemos seguirle sin condiciones.

Para finalizar, apuntaré que con nuestros respectivos análisis, estamos tratando un tema que podría considerarse cuasi de protocolo, puesto que el Papa Francisco no deja de ser un Jefe de Estado (punto que ningún comentarista ha mencionado y que solo ello ya daría para una enciclopedia).

Con todo, no olvidemos que se trata del Estado que representa el Amor donde los haya, porque su representante ha sido escogido por el Hijo de Dios para ser su mensajero (“mira que envío mi mensajero delante de ti…”: Mc 1,2), y eso suena fuerte. Muy fuerte. No olvidemos que ya lo avisa Jesús: “He venido a prender fuego en el mundo, y ¡ojalá estuviera ya ardiendo!” (Lc 12,49). “¿Os pensáis que he venido a traer paz al mundo? No, os digo, sino división” (Lc 12,51).

¡Adelante, Sr. Messerschmidt! Ya ve. No sabía sobre qué tema escribir este viernes, y usted me ha brindado uno muy interesante. Es un poco largo como el suyo, pero no se quejará de que no es exhaustivo: he intentado responderle a todas sus cuestiones con el corazón en la mano (hasta probándole mi réplica con citas), porque usted me ha obligado; el tema lo vale, y usted y nuestros lectores también. Le reitero mi agradecimiento por su atención y delicadeza, y espero seguir contándole entre mis lectores.

No se desanime. Con nuestra discusión probamos que la Iglesia, lejos de ser algo monolítico como piensan algunos, es un camino de búsqueda de la Verdad, santificándose cada uno cumpliendo los mandatos de Jesús. En la esencia está la Verdad, ¡sigamos buscándola! Juntos, pero no revueltos.

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